jueves, abril 28, 2005

Cuando la poesía se parece a alguien es a Juan Gelman


"hijo que hijé... hijando tu morida"

"Y si Dios fuera una mujer
y si dios fuera lase seis
enfermeras locas de...?"

"La memoria es una cajita que revuelvo
son solución."

viernes, abril 22, 2005

DON'T BE POLITE


Don't be polite
Bite in.
Pick it up with your fingers and lick the juice that
may run down your chin.
It is ready and ripe down, whenever your are.
You d not need a knife or fork or spoon
or plate or napkin or tablecloth.
For there is no core
or stem
or rind
or pit
or seed
or skin
to throw away

(How to eat a poem, by Eve Merriam)

sábado, abril 16, 2005

Stella Accorinti, MIRTA


SEXTA ENTREGA (de 23)

LA JOVEN (1972 – 1973)



Cuando Mirta entró al lugar tuvo un deja vu. Sintió que ya había estado en ese lugar. El pasillo largo, la casa mitad de madera y mitad de ladrillos adelante, la construcción de ladrillos, detrás. No, se dijo, al revés, la casa de madera atrás, la pieza de ladrillos adelante. Siguiendo el pasillo, en el fondo, a la derecha, una pileta de cemento para lavar la ropa y los platos, con una bomba de agua, y más atrás, a la izquierda, un baño.


La casa quedaba a diez cuadras de la estación, caminando hacia adentro, como explicó el dueño, y a veinte cuadras hacia la derecha. Había una pequeña escuela cerca, y un almacén a dos cuadras. La carnicería quedaba sólo a doce cuadras, abundó el hombre.
Adelante había amapolas de varios colores, sobre todo rojas. Mirta y su novio alquilaron la casa a principios de mayo, faltaban sólo dos semanas para el casamiento. Mirta sacó cuentas y vio que con su sueldo de tejedora industrial alcanzaba para pagar el alquiler y aun sobraba algo. Ella trabajaba por las noches, e iba al colegio a la mañana. Al mediodía llegaba a su casa y se acostaba, aunque a veces tenía ganas de comer algo antes. Estaba viviendo con su madre y sus hermanos en una casa prestada. Su madre se había separado del marido, pero la separación duraría poco tiempo, y la mujer ya se lo había anunciado a la hija.


Varios días antes de la boda, Mirta había comenzado a llevar algunos de sus libros y algo de su ropa a casa de su novio. El día anterior a la mañana de su casamiento, se despidió de su madre como siempre, y le dijo a la noche antes de partir, supuestamente, hacia su empleo, “hasta mañana”, pero pasarían diez años antes de que volviera a verla. En lugar de ir al taller fue a casa de sus suegros, se bañó y se acostó temprano.
El día de su casamiento amaneció con su novio pasando sobre ella, que había dormido en un pasillo, entre el baño y el cuarto de su cuñada. Su casi marido buscaba yerba para tomar mates. El casamiento era a las diez de la mañana, y Mirta se preguntó qué hacía este hombre levantado a las siete de la mañana de un mayo lleno de sol y aire fresco. Desde sus quince años, Mirta sólo pensaba en que la dejaran dormir un rato más. Pero no se puede dormir en un pasillo cuando la gente de la casa se levanta. Así es que se levantó. Se bañó, pero se olvidó de ponerse crema de enjuague, se dio cuenta de eso en el colectivo rumbo al registro civil, cuando se tocó el cabello y lo sintió duro.


Los testigos los esperaron en la parada de la estación, aunque habían acordado que se encontrarían en la parada de la fábrica. Mirta observó que la mujer se había puesto un sombrero y un vestido largo, y sintió algo raro, como un acceso de risa, pero logró reprimirla. Sentada en el último asiento, miró a su alrededor y se extrañó porque el micro era nuevo. Se acomodó la falda. Su papá le había regalado un vestido con maxifalda, azul, con cuello mao. Ella cortó la falda arriba de sus flacas rodillas, y le hizo un ruedo que no había quedado demasiado parejo, según veía ahora. Su novio tenía puesto un traje prestado por un amigo, que le reclamaría la devolución por varios años, sin resultado alguno. El traje era gris oscuro, o negro.
Los ojos verdes del novio estaban centelleantes, y reía mucho, algo bastante extraño en él. Los testigos hacían comentarios en voz alta y pronto todos los pasajeros sabían que había boda en puerta, así es que sonreían algunos con alegría, la mayoría con condescendencia.
Cuando llegaron, el padre y la tía de Mirta estaban allí. Mirta e Isabel se abrazaron largamente. Isabel hizo el comentario que Mirta esperaba: “Ese ruedo está mal hecho”. Entraron por un pasillo demasiado estrecho y oscuro, y se plantaron frente a la jueza, que comenzó a hacer preguntas. Mirta comenzó a tentarse de risa. Su tía la miraba con reconvención, pero no hubo modo. Finalmente, la jueza detuvo la ceremonia y le dijo a Mirta que casarse no era broma, que mejor se comportara. Mirta se puso seria, esperando que eso fuera comportarse.


Terminado el trámite, viajaron hacia el hospital donde estaba internada la suegra de Mirta. La mujer estaba en una cama, muy sonriente y compuesta, y los recibió diciéndoles que podrían haber suspendido la boda. Mirta nada dijo. Se sucedieron los saludos de rigor. Luego fueron a un bar y su padre tomó cinzano con aceitunas. Mirta tomó soda. Brindaron y en algún momento nebuloso los recién casados partieron, viajando 50 kilómetros hacia el sur en un colectivo que tardó más de dos horas en realizar el trayecto.
Llegaron a la casa cuando ya era de noche. Su ahora marido se quitó la ropa, tomó una palangana y se puso a lavarse los pies, sentado en la cama. Mirta lo miraba, pensando en ir al día siguiente a sacarse una foto con la ropa que tenía puesta, el vestidito azul, los zapatos negros y la carterita prestada haciendo juego. Se sacó la foto un mes después. Ahí se la ve sonriente, de semiperfil, el cabello largo y lacio hasta la cintura, una sonrisa demasiado amplia para unos ojos demasiado tristes. En la foto las rodillas flacas no permiten que las medias de nylon se ajusten, los zapatos parecen grandes para pies tan delgados, y el vestido, aunque pequeño, queda holgado en la figura de cuarenta kilos de peso. Mirta recuerda que la italiana dueña de la tienda del barrio le preguntó, en enero del año siguiente, si era verdad que tenía doce años. Ella, escandalizada, tomándose la panza de seis meses de embarazo, le dijo –firme– que no, que ella tenía dieciséis años.


viernes, abril 15, 2005

LA NACHA




Para cuando me vaya

Amaury Pérez


Para cuando me vaya
no habrá amanecido
ni para el amor, ni para el olvido.
Para cuando me vaya
la vida nos premia
poniendo los sueños de penitencia

Niño de primavera,
que un golpe de viento
te quiera llevar,
ponme un beso
donde tengo el miedo
y ponme otro beso
donde nunca vas.
Que me lleve el sol, que me lleve,
pegado a su andar
Que me lleve el sol, que me lleve,
pegado a su andar.

Para cuando me vaya
no habrá amanecido
ni para el amor, ni para el olvido.
Para cuando me vaya
la vida nos premia
poniendo los sueños de penitencia

Niño del verano,
que inundas de luz
lo que no destellé,
ponme un beso
cercano a la risa
y ponme otro beso
en lo que no seré.
Que me lleve el sol, que me lleve,
vencido en su red
Que me lleve el sol, que me lleve,
vencido en su red.

Para cuando me vaya
no habrá amanecido
ni para el amor, ni para el olvido.
Para cuando me vaya
la vida nos premia
poniendo los sueños de penitencia

Niño del otoño,
que algún mes de octubre
se lleva con él,
Ponme un beso
donde las estrellas
y ponme otro beso
para no volver.
Que me lleve el sol, que me lleve,
prendido a su piel
Que me lleve el sol, que me lleve,
prendido a su piel

Para cuando me vaya
no habrá amanecido
ni para el amor, ni para el olvido.
Para cuando me vaya
la vida nos premia
poniendo los sueños de penitencia

Niño, niño del invierno,
que el gris ha bordado
sobre mi niñez,
Ponme un beso donde va la herida
y ponme otro beso para no querer.
Que me lleve el sol, que me lleve,
Si no te veré.
Que me lleve el sol, que me lleve,
Si no te veré.

Para cuando me vaya
no habrá amanecido
ni para el amor, ni para el olvido.
Para cuando me vaya
la vida nos premia
poniendo los sueños de penitencia

Para cuando me vaya
no habrá amanecido
ni para el amor, ni para el olvido.
Para cuando me vaya
la vida nos premia
poniendo los sueños de penitencia

QUIERO CREER QUE ESTOY VOLVIENDO




(Mario Benedetti)

Vuelvo
quiero creer que estoy volviendo
con mi peor y mi mejor historia
conozco este camino de memoria
pero igual me sorprendo

hay tanto siempre que no llega nunca
tanta osadía tanta paz dispersa
tanta luz que era sombra y viceversa
y tanta vida trunca

vuelvo y pido perdón por la tardanza
se debe a que hice muchos borradores
me quedan dos o tres viejos rencores
y sólo una confianza

reparto mi experiencia a domicilio
y cada abrazo es una recompensa
pero me queda
y no siento vergüenza
nostalgia del exilio

en qué momento consiguió la gente
abrir de nuevo lo que no se olvida
la madriguera linda que es la vida
culpable o inocente

vuelvo y se distribuyen mi jornada
las manos que recobro y las que dejo
vuelvo a tener un rostro en el espejo
y encuentro mi mirada

propios y ajenos vienen en mi ayuda
preguntan las preguntas que uno sueña
cruzo silbando por el santo y seña
y el puente de la duda

me fui menos mortal de lo que vengo
ustedes estuvieron / yo no estuve
por eso en este cielo hay una nube
y es todo lo que tengo

tira y afloja entre lo que se añora
y el fuego propio y la ceniza ajena
y el entusiasmo pobre y la condena
que no nos sirve ahora

vuelvo de buen talante y buena gana
se fueron las arrugas de mi ceño
por fin puedo creer en lo que sueño
estoy en mi ventana

nosotros mantuvimos nuestras voces
ustedes van curando sus heridas
empiezo a comprender las bienvenidas
mejor que los adioses

vuelvo con la esperanza abrumadora
y los fantasmas que llevé conmigo
y el arrabal de todos y el amigo
que estaba y no está ahora

todos estamos rotos pero enteros
diezmados por perdones y resabios
un poco más gastados y más sabios
más viejos y sinceros

vuelvo sin duelo y ha llovido tanto
en mi ausencia en mis calles en mi mundo
que me pierdo en los nombres y confundo
la lluvia con el llanto

vuelvo
quiero creer que estoy volviendo
con mi peor y mi mejor historia
conozco este camino de memoria
pero igual me sorprendo.

sábado, abril 09, 2005

Stella Accorinti, MIRTA (entrega 5 de 23)









LA NIÑA (1956- 1969)




Su madre le contó a Mirta muchas veces la historia del embarazo. Mirta oía atentamente pero no lograba asociar con ella los sucesos. Elvira quedó embarazada en febrero de 1956, le dijo su tía, como si Mirta no supiera sacar cuentas hasta el número nueve.. Lo que pasa, Mirtita, es que con ese calor… solía decirle su madre. Y su tía repetía: con ese calor… Mirta nunca supo bien a qué se referían ellas. Cuando era chica, nunca se lo preguntó, y cuando fue grande, se lo preguntó demasiado. Elvira le dijo a Domingo que estaba embarazada. Él le preguntó qué pensaba hacer, ella dijo no sé. De allí en más, la panza empezó a crecer.

Mirta nunca entendió en qué momento aquel matrimonio contactó a su madre, pero lo cierto es que la historia encontraba a la embarazada internada en la Maternidad Pardo, cuando en realidad debía internarse en un hospital militar, de acuerdo con lo pactado.
El matrimonio no podía tener hijos, y había arreglado con Elvira una suma de dinero a cambio de la criatura. Ambas mujeres, la embarazada real y la falsa embarazada se internarían juntas, Mirta sería entregada al matrimonio, y luego, cada cual a su casa. Mirta no sabe por qué su madre no cumplió con el trato y se internó en otra clínica. ¿Intervino su tía? ¿Su padre sabía del trato? Jamás le preguntó nada a su madre, no por temor ni por vergüenza ni por pudor. Simplemente –se asombra Mirta– nunca le interesó.


Quizá su pobre madre quería relatarle los detalles del tema, y por eso empezaba una y otra vez a contar, cada frase cortada por carcajadas hilarantes, la historia del matrimonio, de la entrega, del pacto, del dinero. Mirta la escuchaba, del mismo modo como leía Robinson Crusoe, agregando imágenes aquí y allá, no buscando nunca en el diccionario las palabras que no entendía. Tampoco esperaba entender alguna vez. Simplemente disfrutaba cuando Robinson ataba un huevo con un hilo, y lo hacía girar a toda velocidad, parándolo luego de un solo golpe y oh milagro, el huevo estaba cocinado. Asentía ante las palabras de Robinson que decía necesitar un puchero. Aunque no entendiera por qué quería un puchero para hervir todo ahí adentro. Para Mirta, un puchero era una comida que se preparaba echando en el agua carne y verduras, papas, batatas y zapallo. Pero no buscó en el diccionario, ni preguntó a nadie. Así, tampoco preguntó nunca a su madre. Pero de eso sólo se dio cuenta tres décadas después.

Mirta despierta de su ensueño con la voz de su madre: fue en la Pardo, Mirtita Amanda, ahí en Charcas, claro, ahí, en Marcelo T. De Alvear 2230. Me moría de dolor, gritaba como una marrana. Me ataron como matambre. Yo estaba en la cama treinta y tres del tercer piso, y cuando naciste, te pusieron en la cuna tres. ¿Qué casualidad, no? Me costurearon toda, si vieras, te tuve por abajo, pero igual, un desastre, me tajearon de lo lindo y me costurearon de lo feo.
Primero vivimos un tiempo con tu papá en el conventillo de la calle Chile, donde vivían tu tía y tus abuelos. ¡Cómo gritaba tu abuela! ¡Qué vieja de mierda que era! Siempre le decía a tu abuelo “te voy a ver cómo te morís, viejo desgraciado”. Bueno, no le decía desgraciado, le decía “mascalzzone”. Pero la vieja reventó antes que tu abuelo. Reventó como un sapo. Con tu padre vivimos después unos meses en un hotel, ahí cerquita. Y después tuve que salir a trabajar. Primero te llevaba conmigo, limpiaba casas, ¿sabés?. Y te ponía a vos en una hamaquita. ¡Eras de buenita! ¡Si vieras! Estabas todo el día ahí, calladita, mientras yo limpiaba. Cada tanto yo iba apurada y te daba una mamadera. Pero después te tuve que dejar con tu tía.

El misterioso momento en que Mirta se quedó con su tía quedó siempre en la oscuridad. ¿Por qué su mamá la dejó con su tía? ¿Encontró un trabajo donde no la dejaban llevar a su hija? Mirta ya no tiene la oportunidad de saberlo. Ya nunca lo sabrá.

¿Pero sabés qué, Mirtita Amanda? Un domingo fui a visitarte y no estabas, me dijeron que estabas en casa de la madrina de Sebastián. Fui allá. La familia de la madrina de Sebastián no me vio llegar. Estabas solita en el patio, jugando con un balde con agua, toda mojada, en bombachita, toda sucia, si vieras. Te agarré y te llevé conmigo. No sabés la que se armó, que por qué no avisé, que cómo te iba a llevar así. Pero yo te vi ahí tirada, sola, me dio tanta pena que te abracé fuerte y te llevé conmigo.

Mirta se pregunta cuántos años tendría ella en ese momento, o cuántos meses. No más de tres años, probablemente.
Y mientras Mirta piensa, su madre debe de haber dejado de relatar, porque de pronto la oye cantar mientras la mujer aplasta la ropa contra la tabla de lavar:

Se dice de míííííííííí,
que soy fiera,
que camino a lo malevo,
que soy chueca y que me muevo
con un aire compadrón,
que parezco Leguizamo,
mi nariz es puntiaguda,
la figura no me ayuda
y mi boca es un buzón.
Si charlo con Luis, con Pedro o con Juan,
hablando de mí los hombres están.
Critican si ya la línea perdí,
se fijan si voy, si vengo o si fuiiiiiiiiiiiiiiiii.
Podrán decir, podrán hablar,
y murmurar y rebuznar,
mas la fealdad que Dios me dio,
mucha mujer me la envidió
y no dirán que me engrupííííííííííííí
porque modesta siempre fui.
Yo soy asííííííííííííí.

Mirta sonríe. Le gusta mucho lo que su mamá canta, y su mamá canta bien. Mirta cree continuar la milonga y ataca una melodía con ganas:

El botón de la esquina de casa,
cuando salgo a barrer la vederaaaaaaaaaa.

Su madre la mira, se ríe, y la ayuda haciendo dúo:

Me se acerca el canalla y me dice:
"¡Pts! ¡Pipistrela! ¡Pts! ¡Pipistrela!".
Tengo un coso ar mercao que me mira,
que es un tano engrupido'e crioyo;
yo le pongo lo' ojo' p'arriba
y endemientra le pianto un repoyooooooooo.

Ambas se miran y lanzan una larga carcajada, y ya no pueden cantar más.
–¿Sabés que tu tía siempre te dijo Pipistrela? –le dice la mamá a Mirta, y ella asiente, sonriendo y entrecerrando los ojos en la evocación de la hermana de su padre–.
Mirta sabe que cuando su mamá la llevó de la casa de la madrina de Sebastián, tenía más o menos tres años, porque cuando Mirta cumplió tres años vivía ya con su madre, que estaba casada con Pedro desde hacía un mes. Pedro era joven, trabajaba como repartidor de vinos.


Había nacido en Corrientes, pero Mirta no sabía cómo ni cuándo el hombre llegó a Buenos Aires, ni tampoco cómo ni cuando se conocieron con su madre.
Elvira estaba embarazada cuando se casó con Pedro, Mirta recuerda la panza levantando el vestido azul con pequeñas flores rosadas. Alquilaban una pieza en un hotel de la calle Republiquetas. En el centro del patio del hotel había una alberca. Los cuartos daban todos a ese patio, así es que los vecinos se espiaban a gusto, y cada ida o venida era escrupulosamente anotada por los unos y los otros. Frente al cuarto de ellos vivía el tano Cacciatore, con su mujer y sus dos hijas, una de doce años y la otra de veinticuatro. Tanto el hombre como su mujer trabajaban atendiendo un puesto en la feria del barrio. Se alternaban en la atención del puesto, para no dejar a las hijas solas, decía la mujer. Los vecinos decían que hubiera sido mejor dejarlas solas, porque el padre se acostaba con la hija mayor.


A Mirta el marido de su madre le sacó el chupete en el hotel de la calle Republiquetas, y diciendo que ya era grande para esas cosas, lo tiró arriba del techo del baño. Mirta se sentó en su pequeña silla de paja y se puso a mirar hacia el techo por varios meses.
Cuando tenía cuatro años, los Reyes Magos le trajeron a Mirta una muñeca, la única muñeca que tuvo en su vida. Ese 6 de enero la sentó, primorosamente peinada y vestida, en la sillita de paja, frente a la puerta del cuarto. Se entretuvo jugando adentro un rato (¿cinco minutos, diez minutos, media hora, un siglo?). Cuando salió, la muñeca había desaparecido. Su madre armó un revuelo, avisó al encargado del hotel, revisaron todos los cuartos, pero la muñeca jamás fue encontrada. Quizá por eso, Mirta preservó cuidadosamente el nombre. Como ella no pudo ponerle uno, le quedó el nombre que ya traía: Pierangeli. Y cuando sus amigas hablaban de sus juguetes, ella siempre decía: yo tengo una Pierangeli. Mirta no tenía muñecas, pero qué importaba. ¿Y cómo se llama?, preguntaba Alicia, la amiguita, suspicazmente. Pierangeli, decía Mirta. No, no, te pregunto el nombre, yo también tengo una Pierangeli, insistía su amiga, remarcando la frase con el pie. La mía se llama Pier Angeli, y es una Pierangeli y se llama Pier Angeli! ¿Pier Angeli?, fruncía el ceño Alicia. ¿Qué, tu muñeca tiene nombre y apellido? ¡Sí!, decía Mirta. Alicia pensaba un momento y luego cambiaba bruscamente de tema:


–¿Dale que vos sos la hija y yo la mamá?
Y Mirta respondía, ya ausente: "No se dice 'dale que', se dice “hagamos de cuenta”. Si le hubieran preguntado a Mirta qué acababa de decir, se hubiera sobresaltado. Ella había respondido mecánicamente, sin pensar; es que ella estaba pensando en su Pierangeli: la cara morena esfumada, el cabello delicado recogido en un rodete, una remera negra de cuello alto, una falda a rayas celestes y azules, un ancho cinturón. Pier Angeli era la muñeca más hermosa del mundo. (Cuando Mirta quiera regalarle una muñeca a su nieta, siempre buscará una parecida a la Pierangeli. Y aunque nunca la hallará, insistirá con su intento, una y otra vez, hasta el día de su

muerte).

En el hotel de la calle Republiquetas vivía mucha gente, y además del italiano de enfrente, con sus hijas –una de cada brazo–, está el vecino que vivía cerca del portón de salida lateral, siempre sonriendo debajo de los finos bigotes. Y la vecina amiga de su madre, que decía que el hombre quemaba a su esposa con cigarrillos. Y el italiano, que le compra a su hija menor un par de zapatos para que ella tome su primera comunión. Se los compra cuando ella tiene once años, los zapatos estaban en oferta, y son lo suficientemente grandes para que le quepan cuando la niña tenga seis meses más, razona el hombre. Pero seis meses después los zapatos le aprietan a la niña, le aprietan demasiado, y ella llora, y su padre le dice que la va a amazzare si no se calla. Y allá va la familia a la iglesia, a tomar la primera comunión. Y el marido de su madre que le hace masajes en las piernas a una vecina porque la mujer se siente mal, le dice a Mirta. Y el musgo en la pileta. Y los piletones para lavar la ropa…

Y ve de nuevo a su madre hablando con alguien por teléfono, y Mirta trata de decirle que la tetera se está volcando sobre el calentador, que el agua hierve, pero su madre está en el teléfono del hotel, consiguió esa comunicación finalmente, y habla y habla. Y mira a Mirta sin verla. Mirta vuelve a la pieza e intenta sacar la tetera del fuego. El agua hirviendo cae sobre su cuerpo, y ella oye su propio alarido como si llegara desde muy lejos, y despierta en el Hospital de Quemados. Y la enfermera le pasa una pomada en la espalda y dice “mire, señora, si yo fuera la madre le daba una paliza, mire usted qué chica tan traviesa. Déle una paliza señora, una buena y va a ver cómo no toca nunca más lo que no debe”. La mujer arranca lentamente las tiras de piel de la espalda de los cuatro años de Mirta. Su madre parlotea con la enfermera y le dice que sí, que tiene razón, que Mirta es traviesa, que cómo se pone a jugar así con agua hirviendo. Mirta odia a las enfermeras.

Nunca quiere sacarse sangre, detesta ver las agujas preparándose para una inyección o para una extracción. (Por eso entenderá a Silvanita cuando ella haga un escándalo a sus siete años, y no permita que le saquen sangre para detectar una posible apendicitis. Y cuando la enfermera quiere atarle el brazo a su pequeña, Mirta le toma el brazo a la mujer y le dice “no”. La mujer sale, llama a otra enfermera, le dice algo sin quitar los ojos de encima a Mirta, que abraza a Silvana, y se aleja, con la cabeza muy alta, con los hombros echados hacia atrás en ofendida actitud, y la otra enfermera se acerca y le habla a Silvana durante largo rato, sin lograr que deje de gritar. Mirta le acaricia la mano a su Silvanita, y la niña la mira, y algo ve en Mirta, porque le sonríe a su madre, se calla, y entrega su pequeño y delgado brazo a la enfermera, mientras con la otra acomoda su largo cabello lacio).

Cuando Mirta comenzó primer grado, se mudaron a otro hotel. La panza de su mamá estaba enorme; y ella trabajaba limpiando la casa de la esquina. Elvira siempre le contaba a Mirta, como letanía, que las hijas de la dueña de la casa dejaban las bombachas tiradas en el piso, y que ella debía recogerlas, y que debía rasquetear el piso arrodillada, porque así se lo exigían. Es el único modo de que los pisos queden limpios, le han dicho. (Mirta no se asombrará ante la repetición casi exacta de la situación en lo que le cuenta la madre de su suegra, de noventa años, un mes antes de morir, en 1979: la mujer es joven aún en su relato, limpia el piso arrodillada, y de pronto cae desmayada, en medio de un charco de sangre, que le harán limpiar cuando vuelva en sí. Entretanto, su marido estaba a la cabeza de la partida que perseguía a Juan Moreira en la provincia de Buenos Aires. Y cuando regresaba, cada dos o tres días, tenía mucho cansancio, pero no tanto como para no propinarle la paliza del encuentro. Mirta recuerda los labios de la anciana relatando su juventud, y el temblor de los bigotes ralos sobre la boca desdentada).


Ah, sí, repite su madre, rasquetear a fondo, y el problema es esta panza, dice, tomándole la mano para cruzar la calle. Menos mal, Mirtita Amanda, que nos dan la leche y el pan que sobra en la escuela. Y menos mal que la escuela queda cerca, agrega. Y allá van, la madre y la hija, a buscar el pan de ellos de cada día. Durante el lapso que le otorgue esa cuadra, Mirta intentará convencer a su madre de que por favor, por favor le haga el dibujo del Día de la Madre, vos mamá que dibujás tan bien las flores, por favor, por favor. Y su madre hará ese fin de semana un corazón primoroso de pequeñas flores, que pintará con esmero, sacando un poco la punta de la lengua durante la tarea. Y en el medio del corazón hay una mamá y una hija que se abrazan. Mirta está en primer grado, y la maestra considera que el dibujo merece el cuadro de honor del mes. Y ahí quedará el dibujo de su madre en el Día de la Madre, en cuadro de honor. Te dije, mami, que vos dibujás bien las florcitas. Pero Mirta mentía, a ella lo que le gustaba era que su mamá pintaba todo de rosa, celeste, beige y amarillo claro. Le gustaba porque su mamá le daba a todo un tono pastel.

Cuando se mudaron de Capital a Ezeiza, lo primero que Mirta vio fue la niebla. Ella nunca había visto niebla. Neblina. Nunca supo la diferencia, niebla, neblina. Un vapor denso se levanta de los pastos. Estos pastos no eran el pastito de la plaza cerca de Platense ni del parque cerca de River ni siquiera era el pastito miserable de la calle Republiquetas. ¡Acá sí que había pasto para los Reyes Magos! Lo que Mirta no sabía era que los Reyes Magos no existían, que nunca habían existido, pero que sobre todo casi nunca habían existido para ella, y que era inútil reclamar derechos de los niños o fruslerías por el estilo. ¿Derechos de los niños? Nunca se le hubiera ocurrido que existía tal cosa. Pero ella igual ese año les puso pastito, y vaya que les puso pastito. Había pasto por todos lados. Los camellos podrían engordar a gusto. ¿Querían pasto? Acá tienen pasto. Los Reyes Magos ese año le trajeron un balde de mantecol. No era poca cosa. Comió el balde de mantecol sin prisa pero sin pausa. El reflujo de asco le duraría toda la vida, pero el hambre se le quitó por casi dos días, y se sintió con tantas náuseas que hasta se le olvidó cazar mariposas, su principal tarea en las siestas del campo, cuando el calor era insoportable.
Su mamá la mandaba a la mañana temprano a buscar la leche del tambo. Mirta se sentía Heidi caminando por un sinuoso sendero lleno de bosta de vacas (directo y sin escalas, del asfalto y los ruidos de la Capital a los pastos del sur bonaerense, Heidi no lo hubiera hecho mejor). Los mugidos se sucedían a derecha y a izquierda, y las vacas la miraban interrogantes. Mirta cantaba a los gritos: “La guitarra en el roperooooooo/todavía está colgadaaaaaaa”, y la chillona voz de sus seis años rebotaba contra los árboles y deshacía la neblina matinal. Una vez que don Antonio, o a veces un peón, llenaban la lechera, directo de las ubres, regresaba. Al regresar el repertorio era “Sapo cancionerooooooo/sapo de la noche/que pasas cantando /junto a tu lagunaaaaaa”, y las patitas flacas chapoteaban a propósito en algún charco de aspecto non sancto. Si había un pozo llamativo, dejaba la olla a un lado, se agachaba y observaba. Una vez vio un escuerzo, y comenzó a molestarlo con un palo. El animal se hinchaba cada vez más, Mirta lo observaba con la boca abierta, y de pronto el animal orinó hacia arriba, y el pis amargo fue derecho a la boca, sin darle tiempo a Mirta a que la cerrara. Su madre jamás olvidaba contar la anécdota al menos una vez al mes, a quien quisiera oírla.


A veces Mirta desarmaba hormigueros a su paso, al principio con un palito y cuando pasaron los meses y aumentó la confianza, directamente con el pie. Las hormigas coloradas eran muy rápidas, con ésas había que tener mucho cuidado. Era maravilloso observar la rapidez con la que reconstruían la montaña mágica, y llevaban sus huevecillos traslúcidos a un lugar seguro. Así son las madres.

El Negro Lucho era quien había aconsejado a la familia mudarse a esa zona. El vivía allí, en la esquina, con Ema. Lucho tenía veintisiete años y Ema, cuarenta y ocho. Ema tenía una hija de doce años, Emita. Siempre se reconoció en el barrio que Lucho educó a Emita como a una hija, y la cuidó hasta que ella se casó. Más o menos para la época en que Emita se casó, Lucho, separado de Ema desde hacía dos años, conoció a una mujer de su edad, una rubia brasileña. Lucho, que ya no vivía allí, y había alquilado su casa a un joven matrimonio, fue a visitar a la madre de Mirta, con su nueva pareja. Mirta oía fascinada cómo la mujer decía: “Eu gosto da cozinha”. Ese mismo año, Lucho pasó a saludar antes del 31 de diciembre, y comentó, riendo con todos sus dientes, y con su voz de buen tipo, que su esposa le había obsequiado una sorpresa en Navidad: corriendo un cortinado, hizo salir de allí a sus siete rubios hijos, que ágilmente abrazaron a Lucho al grito de “!papá!”. Lucho lloraba emocionado ante tanta paternidad súbita, y Elvira sonreía de costado ante el relato.
Mirta miró a Lucho, luego a su madre, y tomando el libro que había dejado en el pasto, a su lado, para oír la historia, continuó escribiendo:

Si este libro se me pierde
como suele suceder
le ruego al que lo encuentre
que lo sepa devolver
no es de oro ni de plata
ni de la hija de un rey…

Su hermana, que miraba la tarea por encima del hombro de Mirta, soltó una carcajada burlona. Mirta tiró el cuaderno y la lapicera y salió corriendo detrás de la risa restallante.
El caldo de pata era habitual en la mesa de la familia, y el día en que Mirta cumplió siete años no fue la excepción. El marido de su madre trabajaba en un frigorífico, y a veces traía algo para cocinar. A veces traía un nonato baboso, que asaban. Otras veces, traía la pata de una de las vacas que habían matado ese día. La madre de Mirta sacaba los pelos que estaban aún adheridos en la pata, la quemaba y ponía el agua a hervir en la olla grande. (Era fascinante ver los pelos negros, los pelos blancos, los pelos grises, la pezuña gris, y la rosada carne que se dejaba ver saliendo del hueso). El olor de los pelos del cuero de la vaca envolvían toda la casa y llegaba a las casas vecinas. Echaban la pata adentro de la olla y agregaban sal. Cuando la olla comenzaba a largar vapor, un caldo amarillo y grasiento tomaba cuerpo. Era un caldo con gusto a nada. Mirta y los tres hijos que su madre había tenido con el marido tomaban disciplinadamente el caldo. Si había suerte, ese día comerían también tortilla de papas. Si había poca suerte, sólo el caldo. Y si había menos suerte aún, comerían el caldo a las cuatro o cinco de la tarde, de tal manera que sirviera como almuerzo y como cena. A las seis, a dormir. El hambre se maneja mejor cuando estás quieto y sin gastar energía inútilmente.


Varias veces por semana comían puré con huevos fritos. Eran los días en que comían bien. Hoy comemos bien, decía la madre. La infancia es a veces el lugar de los huevos fritos y el puré. A veces, el del puré de papas con pedazos de hígado. A veces, el de un poco de picadillo. (Usualmente uno no piensa en su infancia en comer alas de ángel fritas, pero alguna vez todos tenemos que tomar, una vez más, caldo de pata, y uno espera algo así como fritanga de alas de ángel en el aceite viejo de la sartén de la niñez. Pero no. El caldo de pata sigue teniendo gusto a nada.)
Las ráfagas del viento del campo golpean a Mirta en la cara, y
Pedro, en la sobremesa, cuenta a la familia acerca de su niñez:

–Mi mamá me decía que no tenía que faltar a la escuela –el hombre se atusa el bigote al hablar– pero yo siempre me escapaba en el camino. Es que me gustaba hacer puentecitos para las hormigas. Donde veía una filita de hormigas llevando hojas, me acercaba despacito, separaba la fila, echaba agua en la tierra. Las hormigas se volvían locas, daban vueltas, buscaban, entonces, yo ponía palitos sobre el agua y armaba un puentecito, y hacía que algunas hormigas pasaran por ahí, y después pasaban todas. Un día mi vieja supo que estaba faltando a la escuela, y me dio una paliza bárbara con un cinturón. Las clases estaban por terminar y ella me gritaba que ya vería yo lo que era bueno, que pidiera nomás a los Reyes Magos –el hombre hace una larga pausa–. En enero hice la carta. Mi vieja se reía y me decía “no te olvides de poner los zapatitos”. El día 5 de enero a la noche puse agua, pasto, y puse los zapatos. A la mañana me levanté corriendo –Mirta miró al hombre porque ya lo había escuchado narrar varias veces esta parte de la historia.


Buscó en la cara algún signo de dolor, pero no lo halló. El marido de su madre remató la historia con una carcajada–. Los zapatos casi no se veían, estaban tapados por la bosta de vaca que los Reyes Magos me habían dejado! Me regalaron una redonda y enorme cagada de vaca! –remató, riendo a las carcajadas y golpeándose la pierna con una mano mientras se secaba las lágrimas con la otra.

Eva, la joven y hermosa vecina, era rubia. El verano ardía en el barrio. Dos o tres veces por semana estacionaba frente a la casa de la esquina, que ella le alquilaba al Negro Lucho, un auto verde. El vehículo desentonaba con la calle de tierra. El barro de los días de lluvia se secaba en la cuadra de una manera especial, cuarteando la tierra en largas y profundas arrugas. El agua de las zanjas nunca terminaba de secarse demasiado. El hombre, joven y vestido con saco y corbata, bajaba del auto. Las ventanas de la casa de Eva se cerraban y la casa se abría recién cuando empezaba el fresco de la tarde. El marido de Eva llegaba a la noche, con su bolso de trabajo al hombro, la camisa adentro del pantalón, y la delgada figura se veía agobiada, aun a lo lejos.
Eva tenía una sonrisa hermosa, pecas en la cara, cabello largo, rubio y con rulos enormes, y una juventud plena, colmada de pensamientos infantiles. Una tarde, Eva le pidió a Mirta un poema. Mirta quiso saber qué clase de poema. De amor, sonrió la joven. Mirta le dio el poema que había escrito el día en que cumplió once años. La semana siguiente, Eva le contó que le había obsequiado el poema a su amante, y que él, asombrado, le había preguntado si realmente ella había escrito eso. Humedeciéndose los labios, Eva le dijo a Mirta que la respuesta fue “sí”, y Mirta se dio cuenta de que Eva estaba nuevamente respondiéndole al hombre. La miró, pensando que Eva era un lindo nombre, y que cuando tuviera una hija le pondría Eva. (Quiso llamar Eva a Silvana, pero el marido se opuso, y cuando regresó del Registro Civil le anunció a Mirta que la niña se llamaba Silvana, porque Casandrita y Silvanita suena bien, le dijo. Mirta mirará a su beba y pensará que para ella siempre será Eva).

Noche de verano. Comida con los vecinos. Sacaban la mesa al patio, y cada familia traía su mesa y sus sillas, sus platos y sus cubiertos. Vino Peñaflor rosado en la mesa. Empanadas tucumanas, empanadas salteñas, empanadas santafesinas. Y la discusión de siempre.
–¡Las empanadas salteñas no llevan papa!
–Sí, llevan!
–No, llevan pasas de uva y aceitunas, pero no papas.
–Y son fritas.
–Yo las hago al horno, así no caen pesadas.
–Usted las hará al horno, pero en Salta no se hacen al horno.
–Además, tiene que ser con grasa de pella.
–Pero no conseguí.
–Ah… eso es diferente.
–¿Si no tienen comino son empanadas salteñas?
–Si las hace un salteño, son salteñas.
–Mire, m'ija, si usted le pone cebollita de verdeo y le pone la carne cortadita a cuchillo, es empanada salteña. Pero tiene que ponerle papa cortada chiquita, si no de qué empanada salteña me habla.
–Y pimentón lleva.
–Bueno, pero todo eso es lo que llevan las empanadas tucumanas
–Sí. Pero no llevan papas las tucumanas, llevan aceitunas.
–Mire, una cosa le digo, si usted no hace las empanadas con el agua de Tucumán, no son empanadas tucumanas, el gusto no es el mismo
–Y llevan cebolla y llevan morrón. Y orégano y ají molido.
–Y qué les dije, las empanadas salteñas llevan papa, las otras no.
–Mire, no sé –dijo la madre de Mirta terciando en la conversación–, pero las empanadas santafesinas se hacen con cebolla de verdeo y sardinas.

Todos la miraron de manera poco aprobadora.

–¿Sardinas? ¿Usted dice sardinas de la lata?
–Sí –dijo la mujer, muy suelta de cuerpo, mientras comía su segunda empanada, salteña o tucumana, pero no de las que ella hacía.
–¿Y las que usted hace son santafesinas?
–Yo soy santafesina –respondió la mujer con la boca llena, y asintiendo mientras arqueaba con seguridad las cejas, como si su respuesta tuviera alguna lógica.
–Mire, Elvira, la mejor empanada es la de humita, vea.
–Ah, no sé, eso de rallar choclos es mucho trabajo –sentenció la dueña de casa. Y agregó–: A mí me gusta hacer asado.
–¡Pero doña Elvira! –el vecino tucumano la miró desaprobadoramente–. ¡El asado es cosa de hombres!

Elvira se limpió la boca con una servilleta, tomó un poco de vino y le dijo a su interlocutor:

–¿Quiere otra empanadita, don? –y agregó– ¿Hay postre?
–Trajimos achilata –dijo el hombre, conciliador.
–¿Achilata? –mi madre enarcó nuevamente las cejas.
–Helau de agua –abundó el vecino.
–Chúmbale, chúmbale –la vecina salteña azuzó a la perra de Mirta.
–¿Por qué no va y se corta un poco esas crenchas m'ija? –increpa la vecina tucumana a su hija.
–¡Chúmbale! –insistió la niña.
–Basta –le dije–, ¿no ves que se va a meter en el agua y le puede hacer mal andar toda mojada?
–¡Pero si esa piletita es pampitaaaaa!–retrucó la pequeña–. ¿Qué no que han traído achilata, papi? –agregó mirando a su padre y cambiando súbitamente el foco de interés–. ¿Puedo agarrar unito?
–No –dice la madre–. Hace chui para helado, y usted no está bien de la garganta m'ija.
–Pero la niña puede comer alfeñique.
–Mejor que tome jugo, que está chullo.
–Pedo machazo se va a agarrar con el jugo –todos rieron ante la intervención del vecino salteño–. Chango, vaya y vea si hay más vino en las casas –agregó el hombre, dirigiéndose a su hijo mayor.
–Velo al niño que obedientito ques –dijo la abuela del niño, sonriendo con aprobación.

Levantaron la mesa entre todos, las mujeres fueron a lavar los platos y los hombres dispusieron un mazo de naipes en la mesa. La madre de Mirta se acercó en ese momento y los increpó:

–Pero cómo. No íbamos a contar cuentos.
–Puej no sé, doña –el hombre se rascó la cabeza–, es que después los changos me andan con miedo a la noche.
–Pueden mandarlos a dormir –la voz de Elvira sonó implacable. La miramos con cara de carneros degollados, y ella agregó–: Pero ellos hoy no van a tener miedo. Nosotros sonreímos de oreja a oreja y nos acercamos al círculo que empezó a formarse.
–¿Quién empieza? –dijo doña Concepción, secándose las manos con el delantal.
–Yo empiezo –dijo don Bravo–. En Tucumán hay un lugar que se llama la Salamanca –el hombre miró lentamente a todos, uno por uno, y a mí me corrió frío por la espalda–. Está cerquita de aunde yo vivía. Mi compadre el Juancho dice que hay otras Salamancas, yo no sé. La cosa es que otro compadre andaba un día por los cerros porque tenía que hacer arreo, así me dijo él, pero a mí me parece que andaba de puro curioso nomás. La cosa es que él se apersonó cerca de la Salamanca –el hombre removió el fuego con un palo, las brasas chisporrotearon e iluminaron su cara–. Escuchó gritos, dice, y como música, y se acercó al borde, porque es un coso así, como un hoyo, profundo, y miró pa abajo, y ¡ánima bendita ni se imaginan qué vio! –Las mujeres y los hombres alrededor del círculo adelantaron sus cuerpos, mi madre pasó el mate dulce a la mujer de al lado, y su marido pasó el mate amargo a un hombre. Los chicos nos miramos. Susana, la amiga de Mirta, estaba pálida. Maite sonreía, pero Mirta conocía su sonrisa socarrona cuando Maite tenía miedo. El relator continuó–. Había ánimas en pena, que gritaban, y saltaban, y bailaban, otras estaban tristes, sentadas en las piedras, algunas levantaron la cabeza y miraron a mi compadre, y en el medio, enorme, largando como humo, ¡viera, estaba el Maligno! Y era enorme, como con unos cuernos, y empezó a darse vuelta para mirar a mi compadre, que ahí sintió un olor juerte como de azufre, viera.
–¡Nooo! –se escucharon las voces de algunos de los vecinos, casi en un susurro involuntario.
–Y mi compadre ahí nomás se llevó la mano al cuello, pero no tenía el rosario, ¡madre de Dios! Salió corriendo como alma que lleva el diablo, se montó al caballo y no paró hasta llegar a las casas.
–¿Y qué pasó?
–Pues nada, vea, él quedó paralítico, y casi apenas habla ahora.
–¡Pobre! –el murmullo de las mujeres acompaño el chisporroteo de la madera y el sonido del agua cayendo de la pava en el mate.
–¿Será que su compadre quería firmar pacto con el Diablo? –la pregunta no pareció tomar por sorpresa a nadie.
–No sé, vea… los dueños del ingenio, esos sí seguro que tienen pacto con el Diablo. Le digo porque yo mismo, con estos ojos, vi al familiar.
–¿El familiar? –preguntó Elvira.
–Sí, doña, el familiar. Es un perro grandote, negro, con ojos como de fuego, y es el mismísimo Satanás. El familiar se come a uno, o más de uno, vayuno a saber, cada año, porque los dueños del azúcar han hecho el pacto.
–¡Ah! –creyó comprender Elvira–. El lobizón dice usted.
–No, doña Elvira, el lobizón es el séptimo hijo varón, y cuando hay la Luna llena, el pobre hombre se convierte en lobizón. El primo de la Mechi era lobizón, eso lo sabíamos porque tenía el mal color en la cara, y se indisponía del estómago siempre.
–En Santa Fe está el duende –aportó Elvira, esponjándose el cabello–. Si los chicos no van a dormir la siesta, aparece el duende. Es petiso, orejudo y tiene un sombrero grande. Los pies son enormes. A mí me dijeron que podés espantarlo con caca, entonces me escapaba a la siesta a jugar y llevaba un pañal sucio, siempre. Nunca lo vi. Debe ser que olía el pañal…
–¡Vaya con doña Elvira! –rieron todos, mirándola suspicazmente y con incredulidad.
–Yo vi a la mulánima –intervino una de las mujeres.
–Y yo a la novia –dijo otra.
–Esperen, esperen, voy a calentar el agua del mate dijo mi madre.

Susana y Mirta respiraron aliviadas y se levantaron para servirse un vaso de jugo.

–Mirta, ¿vos creés en esas cosas? –dijo Susana.
–Qué sé yo –responde Mirta, complaciente y sin pensarlo demasiado.

Maite agrega:

–Nada de eso existe.
–¿Y por qué tenés miedo? –replica Mirta.
–No tengo miedo –se encrespa la adolescente.

Susana mira a Mirta y sonríe, haciendo de tal manera que Maite no pueda dejar de verla.

Cuando la familia de enfrente se va ya son más de las dos de la madrugada. Mirta pregunta a su mamá si no tiene alguna historia para contar. La madre le pasa otro plato para secar, y mientras hunde las manos en el agua jabonosa le dice:

–Sí. Tengo una historia, pero ¿no te la conté? ¿No te conté de cuando me tuve que comer dos kilos de naranjas?

La mujer se ríe con ganas, pero Mirta no entiende qué tiene de gracioso comerse dos kilos de naranja, y le dice a su madre que no, que no le ha contado eso.

–Pero mamá… ¿es una historia de aparecidos?
–Podría ser –dijo la mujer, mirando la pared–, podría ser… Mi mamá murió cuando yo tenía nueve años, y mi papá nos regaló a los vecinos, un hermano acá, otro hermano allá… La cosa es que a mí me tocó que me regalaran a una vecina que tenía varios hijos. A ella le venía bien tenerme en la casa, le daba una mano, lavaba la ropa, baldeaba los pisos. Había mucho trabajo para hacer, Mirta… Un día yo tenía tanta hambre que me puse a comer una naranja a escondidas, pero la mujer me vio, y me mandó a comprar dos kilos de naranjas. ¿Y sabés qué? Me las hizo comer una detrás de la otra, con cáscara y todo – la risa de la mamá de Mirta remueve el aire, choca contra la puerta de la cocina y se pierde en el patio–. Esa noche yo volvía de hacer mandados y escuché, patente, la voz de mi mamá. “Silvana, Silvana…” (mi mamá siempre me dijo por mi segundo nombre”). Me desesperé por abrir el portón, me temblaban las manos, no quise darme vuelta, pero estoy segura de que era mi mamá.
–¿Cuánto tiempo hacía que tu mamá había muerto, mami?
–Dos meses.
–Ah…

La mujer se queda pensativa y Mirta la mira. La nariz afilada, la tez olivácea, el cabello recogido. Tiene veintinueve años, pero parece una vieja, y Mirta sólo la recuerda así, como una anciana, siempre. Hay una foto en la que su madre tiene veinte años, la mirada altiva, el cabello teñido con claritos, la boca plena. Cualquiera diría que la mujer había sido muy linda. Y así fue. Su belleza le hizo ganar dos concursos en los carnavales de Buenos Aires, disfrazada como Blanquita Amaro –Mirta tuvo su segundo puesto una vez, a los dos años, disfrazada de la Hormiguita Viajera–. Pero algo sucedió en estos siete años, y la mujer se convirtió en anciana. (Tiene ya la misma cara que tendrá en el ataúd, en febrero de 1999. Las manos como ramas resecas, esculpidas por el trabajo impiadoso del reuma, la piel manchada por los corticoides, el cabello finito, escaso y ralo. Y la fuerza y la risa ante los dos kilos de naranjas con cáscaras).

Mirta se levanta medio dormida cada mañana, muy temprano, y ve como sale el sol. Se refriega los ojos, se tira el cabello para atrás. Sale. Tiene frío, siempre tiene frío aunque sea verano. Toma el jarro con agua, lo pone en el pico de la bomba de agua. Bombea varias veces hasta que el agua de la napa decide subir, llamada por el agua del jarro. Se lava la cara. Pone la radio en el árbol, sintoniza Radio Colonia y sube un poco el volumen. Se deja caer apoyándose en el tronco del árbol, mientras escucha a Julio Sosa entonar:

¿Quién fue el raro bicho
que te ha dicho, che pebete
que pasó el tiempo del firulete?
Por más que ronquen
los merengues y las congas
siempre fue tiempo para milonga.
Vos, dejá nomás
que algún chabón
chamuye al cuete
y sacudile tu firulete,
que desde el cerebro al alma
la milonga lo bordó.
Es el compás criollo y se acabó.

–Mirtaaaaaa– llama su madre –¿pusiste agua para el mate cocido?
–Sí, mamá –responde entre dos bostezos–. Para el mate también –adelanta la respuesta.

Toma el mate cocido, barre el patio, y para ir a la escuela sale siempre media hora antes de lo necesario, porque debe pasar a buscar a sus amigas españolas, y ellas casi nunca están despiertas. Hacer que se levanten es una tarea titánica, que a Mirta le causa mucha risa. Sobre todo cuando debe ayudar a Maite a sacarse las plumas de la almohada del cabello.

Mirta regresaba de la escuela pasado el mediodía. Y ese día le pareció que era como si fuera cualquier mediodía –pero ninguno lo es–. Hacía calor, no demasiado, porque octubre regala su calor tarde en Buenos Aires. Había mucha humedad, y el pasto tenía rocío hasta bien entrada la mañana.


Al llegar a su casa, Mirta tomó el diario sin quitarse el uniforme. En la tapa había una foto, y desde ella la mujer de ojos enormes y algo tristes miraba hacia lo lejos, una pierna estirada hacia el infinito, las manos intentando atrapar un sueño escurridizo, la cintura apenas sostenida por el hombre. La noticia decía que Norma Fontenla, bailarina del Colón, había muerto. Un avión había caído al Río de la Plata. Norma Fontenla y José Neglia estaban muertos.
Hacía dos semanas que Mirta había cumplido quince años. Leyó dos veces los dos párrafos. Los bailarines no deberían morir. Los artistas no deberían morir, se oyó decir. Recortó la noticia con la tijerita de mango de plástico anaranjado, y fue a buscar su diario, escrito en un cuaderno pequeño, de tapas blandas. Pegó la noticia con cuidado. Releyó “José Neglia, Norma Fontenla, Margarita Fernández, Carlos Schiaffino, Rubén Estanga, Martha Raspanti, Carlos Santamarina, Sara Bochkovsky y Antonio Zambrana”. Repitió los nombres mientras masticaba el sandwich y sorbía despacio la sopa. Su madre le dijo algo. Ella replicó mecánicamente. (Quizá fuera el mismo modo mecánico con el cual, treinta años después, levantaría la cabeza para ver pasar ardillas por los tendidos de cables, muy al norte, muy lejos, muy lejos del corazón, muy lejos del corazón de la infancia). Volvió hacia atrás las páginas de su diario hasta llegar al mes de julio, y allí estaba la cara de Chamico, y Conrado Nalé Roxlo la miró, oculto tras sus anteojos. Ella sonrió y le dijo a la foto del poeta muerto: “Música porque sí, música vana/como la vana música del grillo; mi corazón eglógico y sencillo…”. Mi corazón eglógico y sencillo… se ha despertado, se ha despertado grillo. “Qué sencillo es, a quien tiene corazón de grillo, interpretar la vida esta mañana!” Qué sencillo, qué sencillo. Se secó las lágrimas que le mojaban la cara. Su mamá se acercó y le preguntó qué le pasaba. Ella le dijo que le dolía la panza. Qué sencillo. Qué sencillo. “Carpintero/haz un féretro pequeño/de madera olorosa/se nos ha muerto un sueño/algo que era entre el pájaro y la rosa”. Qué sencillo. Morirse en julio quizá sea sencillo, morirse en octubre es contrario a las reglas del sol, de los cumpleaños, de las risas y de los maratones de canciones nocturnos. El poeta muerto en julio, la bailarina muerta en octubre. Muchas muertes que Mirta sentía cercanas, mucha muerte para los quince años.


Mirta se aflojó la corbata del uniforme y le dijo a su madre que sólo lloraba porque le dolía la panza. Ella sabía que debería tragarse el té de orégano por haber mentido. Té de orégano es lo que deben tomar las mujeres de quince años cuando son mentirosas. Su madre insistió, ¿le había ido mal en la escuela acaso?, ¿algún problema con alguien? No, mamá, con nadie. Entonces te hago té de orégano. O sea que el té de orégano era también para las personas de quince años que decían la verdad. (“Son sus ojos tan viejos, tan viejos/que no puede encontrar el camino… )

viernes, abril 08, 2005

Stella Accorinti, MIRTA . Cuarta entrega




EL PRÓLOGO (Carta de despedida) 2002




El exilio de hoy (un país fuera de sí), en un refuerzo de angustias de un exilio continuado desde la dictadura militar que asaltó al país el 24 de marzo de 1976. Exilio de los cuerpos y de las presencias, exilio de los vivos, exilio de los muertos, exilio de los desaparecidos. Un exilio donde la semántica y la política constituyen una palabra viva de múltiples significados, todos ellos entramados por la angustia.

Continuamente pidiendo quedarnos, como mendigos, y en la continua solicitud realizamos pedidos y planteos. La respuesta es que se escribe sólo para (y aquí la parodia, la risa de la angustia, la risa desahuciada, ¿para qué escribe? –¿acaso hay que escribir para un qué?– el desahucio, el desarraigo, el desenraizarse y el deslagrimarse y relagrimarse a través de la risa, de la parodia, del incipit Zarathustra. A los grandes conceptos, a las momias conceptuales, a los modelos aplastantes, a los modelos que nos modelizan para morirnos mejor, la risa. Reírnos. Los argentinos y las argentinas somos los mejores proveedores de chistes contra/acerca de/sobre nosotras y nosotros mismos. Nadie se ríe mejor de lo que nos sucede que nosotros. Y para contar bromas, para reírse, armamos (¿nos arman?) la pista del circo.

Sabemos que somos los payasos de la función, la diferencia (¡ah, la diferencia!) es que entre los políticos y nosotros hay un hiato, mediante el cual ellos creen que somos payasos por cuenta y orden de ellos, y nosotros, tragicómicos, sabemos que somos payasos para poder reír de nuestras penas, para aceptar nuestro exilio, el de adentro y el de afuera, el corporal y el geográfico, una aceptación de “¡así lo quise yo!”, medularmente nietzscheano. ¿Si esto retornara eternamente, como quisiera que sea?: ¡así!. Conmigo riendo, con mi pueblo riendo, festejando el carnaval con las murgas a la noche, descansando los brazos de los cacerolazos ininterrumpidos, otra manera de la risotada feroz. Cacerolas/deuda externa impagable. Vagina de madre dolorida/violación incesante. Cacerolas, pero no sólo cacerolas. Las cacerolas son una partecita. Mínima.
Todos están invitados a este circo. Los acreedores, el FMI, los expoliadores. Hay diferencias indiferenciadas por la risa, y aquí te quiero ver, Derrida. “No vamos a hablar de política”, decían los murgueros de Los Cometas de Boedo –la mítica murga creada en 1959– durante los carnavales de febrero de 2002. No vamos a hablar de política. Vamos a reírnos de la política, de esta política que sólo sirve para la parodia.

Un quemeimportismo de mandíbula batiente, a la bartola, a la qué-me-importa, me río porque quiero, me río porque quiero purificarme, me río porquequiero purificarme y llevarme, me río porque quiero purificarme y llevar mis cenizas, me río porque quiero purificarme y llevar mis cenizas a la montaña. En el país del ciego el tuerto es rey, ¿en el país del tuerto? En el país del tuerto… allí, señores (trompeta de circo) allí señoras (trompeta más aguda), y por qué no señoritas (tararí tarará), allíjaja, es tuerto el que no quiere ver.

El peronismo, Evita (1) , Perón, “la vida por Perón” (2), y la continuidad monstruosa desde la biblia junto al calefón –“una nueva conciencia os pido” hace eco con aquello de “en verdad en verdad os digo”, Alberdi, Sarmiento (y cantemos la marchita peronista), San Martín-Rosas-Perón (3).



¿Qué vender en el exilio? ¿Cómo sobrevivir? Sólo la palabra nos salvará. El librito de Clarece Lispector, usado, usado y amado, no nuevo, amado, es vendido al mejor postor. Y descubrimos cada día nuestra Altamira en las letrinas hediondas de la mierda del exilio, en los baños mugrientos donde se caga lo que no se come. Porque en el exilio nuestros residuos son nuestras propias entrañas. Pero siempre hay algo para descubrir-inventar, siempre hay algún graffiti a la mano (“Salven a los argentinos. Firmado: Las ballenas”). Aderezamos la ensalada con nuestra sangre, la sangre que lloramos en nuestros propios huertos de los olivos. Los hay esparcidos en toda la Argentina, y cuando nos exiliamos, nos los llevamos con nosotros. ¿Adónde llorar sin que nos vean? (Sólo queremos que nos vean reír). En el manicomio de la Argentina no están adentro todos los que son, ni todos los locos que están lo son. Payasos sí, locos no. Silencio, llanto, exilio. Pero la locura nos atraviesa y no lo logra con nosotros. Tenemos algunas trampas listas para ella. Las principales son la parodia y la risa.

Y las cartas… Las cartas parten, las cartas llegan. No decimos en ella nada profundo, nada triste, nada que valga la pena. Pedimos sin pedir, hablamos sin palabras. La carta es lo que la carta no dice. Se lee en la carta la palabra que no se ha escrito. No se escribe en la carta lo que se piensa sino su manto de huesos a los que habrá que cantarles a la luz de la luna. ¡Oh, sí! Alguna vez encarnaremos, naceremos de nuevo, no desde el vientre, sino desde los huesos. Una mujer cantará para nuestros huesos, una vieja paciente, tranquila, sabia, una bruja, una discípula de la Pacha Mama, una chamán, una mujer que llamará a los huesos con paciencia de luna, bajo la luna, en la luna, y los huesos argentinos encarnarán y crearán algo nuevo, desde lo viejo. Coseremos los retazos, juntaremos los pedazos, escribiremos las cartas. Y cuando la carne comience a cubrir el esqueleto la Bruja Sabia reirá. Como Nietzsche. En silencio
Tango, tango tango: “Cómo se pianta la vida/che, muchacho calavera”; “rezonga bandoneón/tu corazón…/, y allí pegadito –pegadito con saliva de la risa– las coplas a la muerte de mi padre (de mi madre), de Manrique, tan tanguero él sin saberlo. Anacronismos que se permite la risa de la literatura. Sólo la risa permite. Riamos. ¿Cómo se viene la muerte? Tan callando. ¿Cómo nos desaparecen? Tan callando. ¿Cómo nos exiliamos? Tan callando.

Saludos de gaucho en España, en Estados Unidos, en Italia, nostalgia del gaucho en el exilio. La risa de la parodia de Estanislao del Campo, y allí el “sin pecado concebida”, con-cebida, con-cebada. Cebada, como la vaca, buena cebada, como el mate.

¿Cuál es el pecado de los argentinos? Fácil: ser argentinos. Todo pecado debe ser pagado. ¿Con el exilio? Vea, amigazo, podría ser. Pero… ¡oiga matrero!, ¿no ve usté que nací con ese pecao?, ¿dónde está mi culpa? Jódase, amigazo, Platón le diría que no eligió bien, vea. ¡Velay con el Dios éste! ¡Me mete la deuda sin que me dé cuenta y después quiere que se la pague! Mire usté, si es para reírse, si es para cagarse de risa, y después buscar altamiras en la letrina… Oiga, amigo, tengo una cura para usté. El mate. El mate es buen templo, fresquito. ¿No vio que a los templos van siempre las mujeres? Amigo, tenemos que ser más mujeres, tener más ovarios para reírnos en la frescura del templo, y curarnos en la casa del que nos tiró la deuda encima.

Ahí está el templo, meemos. Es gratis. Es la letrina, es donde ir a orinar, es donde ir a mear. Nada mejor que mear la culpa. Meando mucho se van los males del cuerpo. Meemos todo, así marcamos territorio. ¡Amalaya! ¡Canejo! Meá la culpa, yo sé lo que te digo. Nada alivia tanto la culpa que te encajaron sin que lo pidas como un buen meado. Qué satisfacción después de mear. Quedás livianito. Es como lavarse las patas en agua fresca, en la fuente, después de caminar mucho. Alivio total. Hasta risotadas te dan de tanto alivio.

Rezar/risar, orar/reír, silencio/palabra, podrán quitarnos todo, pero no el pensamiento, siempre, siempre, SIEMPRE habrá ojos de pájaros entre los árboles.

El pan nuestro de cada día/dánosle hoy/y perdona nuestras deudas/así como nosotros perdonamos/a nuestros deudores/y no nos dejes caer en la tentación/de convertirnos en acreedores/de los pobres/amén. Perdona, Señor de la Risa, al Fondo Monetario Internacional, a los militares genocidas, a los políticos corruptos, perdónalos Padre-Madre, y perdónalos hoy y para siempre, porque segura estoy yo de que ya no tendré fuerzas si no es en este escrito, para volvértelo a pedir, y perdónalos tú (perdónalos, vos, che) porque yo, yo, yo, JAMAS LOS VOY A PERDONAR. (“No pienses que estoy loco/es sólo una manera de actuar/no pienses que estoy loca/¡Estoy comunicada con todos los demás!") (4) No te olvides de mí ni de Melina ni de mi Canelita ni de Monchito ni de Clarice, tan chiquita, ni de Casandra ni de Silvana, que se me (¡sí, sí, se me, SE ME, dativo de interés desde el griego clásico, canejo!) han quedado en la Argentina del dolor!

Hijunagransiete. ¿Siete veces los hemos de perdonar? No, setenta veces siete. Ni una, ni una vez los hemos de perdonar. Que Dios los perdone, que ése es su laburo. Nosotros… nosotros ya hemos laburado mucho. Demasiado. Ahora… sólo reímos. Incipit Zarathustra. Otra vida comienza. Porque venimos exiliándonos desde los huesos de nuestros abuelos, desde los barcos malolientes que llegaron a Buenos Aires a principios de siglo. Los barcos que nos están esperando ahora.

Quien quiera leer, que lea.

Buenos Aires, 24 de marzo de 2002



Mirta A. R.

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1 Diminutivo con el cual es conocida la segunda esposa de Juan Domingo Perón, María Eva Duarte.

2 Cuando el gobierno de Juan Domingo Perón estaba sufriendo el golpe de Estado de 1955, mientras la Plaza de Mayo era bombardeada por la Fuerza Aérea, gran cantidad de personas de filiación peronista (los “cabecitas negras”, como los denominaban la clase media y la clase alta de la Argentina), marchaban hacia la Plaza (donde los argentinos y las argentinas nos reunimos en lo que consideramos, para bien o para mal, grandes eventos) al grito de “¡la vida por Perón!”. Este hecho es aún hoy relatado por protagonistas de aquellos días, que se dirigieron al lugar en cuanto vehículo podían, o caminando, “armados” con palos.

3 Los Montoneros y la Juventud Peronista (“la gloriosa JP”, por oposición a la “JotaPerra”, la Juventud Peronista de derecha), cantaban marchas (canciones políticas) en sus reuniones en las cuales hacían una continuidad entre los tres militares.

4 Charly García, “De mí” (varias ediciones en CD y casetes). Existe una versión cantada por Mercedes Sosa.


Stella Accorinti, MIRTA . Tercera entrega





LA ARGENTINA 2001



Son las tres de la madrugada del 20 de diciembre de 2001. Mirta se seca las lágrimas que aún caen de sus ojos. Los gases lacrimógenos han hecho su tarea en la Plaza de Mayo. Le duele el pecho. Ha corrido por Avenida de Mayo, casi trece cuadras sin parar. Perseguida por los gases lacrimógenos y por los fantasmas, ha huido hacia delante junto a cientos de otras personas.
Sentada ahora en la Plaza de los Dos Congresos mira el edificio frente a ella, subiendo la mirada desde las escalinatas hasta las estatuas. Pero lo que ve, como una película, es el edificio del Ministerio de Economía incendiándose pocas horas antes, y a la gente gritando y empujándose, y se ve a sí misma tratando de acomodarse sobre la cara la remera que había llevado en la mochila, intentando detener inútilmente el ardor que le ocupa el pecho por entero. Corrió mucho. Le duele tanto el estómago, y le tiemblan las piernas todavía. Hubo un momento en el que sintió un mareo intenso, un temblor lacerante, y llegaron las ganas de tirarse ahí nomás en la calle, de no seguir corriendo, el dolor de estómago y las náuseas. Después se orinó. Su marido la descubrió entre la gente, la tomó del brazo con fuerza y la arrastró por Avenida de Mayo hacia el Congreso. La infantería tiraba gases desde las calles laterales, era imposible escapar. Un corral. Y el dolor, la tos, los estornudos. Y la boca llenándose de saliva. Y el pecho que se cierra. Y en medio del espanto que le llena los ojos, el alma y el cuerpo, a Mirta le parece que ve caer en cámara lenta, nuevamente, una y otra vez, la cápsula de gas que se abre como una flor maligna justo delante de ella, que queda paralizada, y el bienvenido dolor en el brazo cuando alguien la toma y la arrastra lejos del gas que se expande para abrazarla, y ella que pierde la conciencia.

Y la película vuelve un poco más atrás, y Mirta ve a algunas personas prendiendo fuego en las esquinas, para disipar los gases. Otros acercando agua a quienes estaban con ataques de llanto y vómitos por los gases. Y todos tratando de correr desde la Plaza de Mayo hacia el Congreso, o de ayudar a correr a los que lo hacían con más lentitud.

A Mirta comenzó a picarle la cara como si le arrancaran la piel. Se echó agua, desesperadamente, intentando correr sin perder la velocidad. Vio delante de ella a un hombre en silla de ruedas. Lo verá nuevamente cuando esté sacando fotos, en enero de 2002, durante el incendio en el Congreso. Mientras caía el sillón que habían arrojado desde adentro, el hombre estaba justo debajo, al pie de las escalinatas. Mirta le había gritado sin dejar de disparar la cámara fotográfica. El hombre se corrió rápidamente del lugar, y el sillón cayó en el lugar que poco antes ocupara la silla de ruedas. Los recuerdos se suman, la memoria amontona, borra, arma, rearma. Ella mira el edificio del Congreso pero no lo ve. (Mirta piensa en su tía Isabel. Ve la imagen, casi una foto, ambas tomando un té juntas, que habría de ser el último, en 1996. "Yo nunca me metí en política", le dijo su tía con una sonrisa. "Yo siempre fui peronista.")

Stella Accorinti, MIRTA




Mirta de regreso


[…]
yo sé que una mujer valiente se inclina igual,
para el lado de la sed
[…]
No es necesario que estés alegre
ni que prendas la luz…
la noche se abre como un abrigo, Mirta,
y es un sábado mas, como dice el tango
Mirta contame como andas
[…]
La moda ha cambiado un poco, Mirta
ya no hay ni un pelo largo
todos parecen soldados
[…]
Y ahora me voy, Mirta
[…]
Mirta gracias por todo
[…]

Adrián Abonizio, en J. C. Baglietto, Tiempos difíciles, 1982

MIRTA CON M DE MUJER (Amor de costurera) - Stella Accorinti




(Novela por entregas
)
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A Domenica Pantano, hilandera, nacida circa 1860
A Isabella Scida, hilandera, nacida circa 1850
A Joaquina Fernández, costurera, nacida circa 1920
A Isabel Bonforte, modista, nacida en 1933
A Silvana Fernández, modista, nacida en 1936
A Claudita, nacida en 1973, que teje , a veces bufandas
y otras veces cuentos.
A Lis ,nacida en 1995, que teje pompones y tejió un poema hace un año.


A todas las mujeres que, tomando hilos y retazos desperdigados, les dan sentido, cosiendo o tejiendo generación tras generación. Por ello, a Silvia, a Malena, a Camila y a Lucía.


A MIRTA, olvidada en la canción

Al abuelo de Mirta, marinero que tejía sus redes constantemente, sin la penelopénica necesidad de destejerlas jamás.

A Raquel Varrotti, esa inmensa tejedora que siempre me ha dicho, con justicia, donde tengo el ruedo descosido, donde los flecos están de más, y donde los retazos están mal cosidos.





martes, abril 05, 2005

GEORGES BATAILLE - Stella Accorinti





GEORGES BATAILLE. An approach to “the impossible”



Stella Accorinti






"Life has always taken place in a tumult without apparent cohesion, but it only finds its grandeur and its reality in ecstasy and in ecstatic love."


"The Sacred Conspiracy," in Acéphale, no. 1, Paris, 1 June 1936; repr. in Visions of Excess: Selected Writings 1927-1939, ed. by Allan Stoekl, 1985.


"To place oneself in the position of God is painful: being God is equivalent to being tortured. For being God means that one is in harmony with all that is, including the worst. The existence of the worst evils is unimaginable unless God willed them."


"Bataille, Feydeau and God," interview with Marguerite Duras in France-Observateur , 1957; repr. in Duras, Outside: Selected Writings, 1984.


"Sacrifice is nothing other than the production of sacred things."


"The Notion of Expenditure," in La Critique Sociale, Paris, Jan. 1933; repr. in Visions of Excess: Selected Writings 1927 --1939, ed. by Allan Stoekl, 1985.


"Beauty is desired in order that it may be befouled; not for its own sake, but for the joy brought by the certainty of profaning it."

Eroticism, ch. 13, 1962.


INTRODUCTION

When the critics attack anti-metaphysical thinking, they adopt one of two perspectives: they accuse the thinker of committing a performative contradiction or they say that the thinker is a metaphysical one, because from the critic’s perspective any concept presented by the anti-metaphysical thinker is a metaphysical one from the critic’s perspective. The second argument is just an attempt at turning the first argument into a more sophisticated one. It is usual to hear: “You say that truth does not exist, yet you claim that what you are saying is the truth.” This is Karl-Otto Apel’s view, known as performative auto contradiction. This kind of critic, protected under the shadows of the Aristotelian logic’s tree, has the assumption that if something is not A, is no A. However, this is a pseudo-argument, for if the thinker does not accept the existence of the color white, he is not necessarily, saying that everything is black.

A problem emerges in the way that Michael Weston, in his Philosophy, Literature and the Human Good, presents the criticisms of traditional metaphysical, with Bataille as example: each thinker who seeks to review a conventional standard or measure, doing a negation in front of this, seems to end up making their own claim to universality, or their own claim of truth. When Nietzsche rejects Kant’s metaphysical standard, edifying the Will of Power as an unending process of self-creation, a movement that reifies becoming and art (as the self-creation), is he moving all his concepts into a level of universal truth? If we are to believe in Weston writings, it seems that one needs access to metaphysical concepts such as truth, essence and other of similar categorizations, in order to realize Nietzsche’s prescriptions for self- creation, and indeed Nietzsche’s Ubermensch paradoxically represents a metaphysical ideal even as he seeks to undermine all universally valid truths.

The presentations of these arguments are common inside the field of anti-metaphysical criticisms. It takes the form of the immobilization of an opponent. However, other thinkers are not our opponents; they are different human beings, who think differently, on diverse paths. We, as philosophers, do not have the task of winning a philosophical discussion, then, if we enter in the “between” of the dialogue, we accept the becoming of the dialogue. To immobilize the other people by saying that they are presenting as a truth the proposition “There is no truth” is nothing relevant within the philosophical world, and we think, inside the entire world. It is only a simplistic game, where we proclaim a winner, the “inmobilizator”. There is another way: not to paralyze other people thoughts, but to convince them. However, to convince people is not the role of the philosophers but the role of the politicians.

Weston seems to have identified a paradox, and Bataille’s notion of the “impossibility” is part of Weston’s identification.[1] Then, what happens? Are all these anti-metaphysical thinkers connected in some way to the very metaphysics that they attempt to destroy?


What Georges Bataille himself said?



“The essence of morality is a questioning about morality; and the decisive move of human life is to use ceaselessly all light to look for the origin of the opposition between good and evil.”


“The anguish of the neurotic individual is the same as that of the saint. The neurotic and the saint are engaged in the same battle. Their blood flows from similar wounds. But the first one gasps and the other one gives.”


“Eroticism is assenting to life even in death.”


“Sanity is the lot of those who are most obtuse, for lucidity destroys one's equilibrium: it is unhealthy to honestly endure the labors of the mind which incessantly contradict what they have just established.”


What could be the metaphysics in this kind of thinker? What is the impossible that Weston found in Bataille, and why does he present Bataille’s thoughts in that way?


Looking for a third view, we found the following phrases, in a critic review about one of Bataille’s book, published in English the last year:

“Bataille does indeed suffer from all manner of faults at the level of methodology, often crushing together statistical studies, myth, dialectics, genealogy, poetry and appeals to biological ‘fact’.

“Anybody interested in the darker side of the arts, social sciences and humanities, or who is interested in destroying their lives as utile subjects should read this book. [Eroticism]”

Mark Douglas Price, 2004[2]

Did this critique read something “impossible” in Bataille’s book? It looks like what is “impossible” to read is Dr. Douglas one-dimensional and depreciative view.


THE IMPOSSIBLE IN GEORGES BATAILLE


Taking Michael Weston’s words about Bataille as a starting point, this paper will try to deal with the notion of impossible in Georges Bataille’s thoughts.

What does “impossible” means in Bataille’s work? We can read Bataille’s close friend, Michel Leiris, looking for a first approach to answers:

[…] “impossible” (namely that which goes beyond the limits of the possible and whose pursuit is therefore a pure act of despoiling) and that doctrine—or rather anti doctrine —of “not knowing” with which, in his middle age, he would go beyond the iconoclastic fury of his youthful revolts and be able to dispense to those who wanted to hear [in] him an instruction all the more effective because it was fed by more experience and more knowledge and at the same time was more controlled. This article, which could be called inaugural, gave its author the chance to show some reproductions of plant forms that were quite improper (as though the impropriety were not a matter of one’s judgment but inherent in nature itself) and to refer, in conclusion, to the famous gesture of the Marquis de Sade plucking petals off roses over a ditch of liquid manure.”[3]


This going-to beyond the limits of the possible reminds us of Nietzsche’s “beyond good and evil”. Like the German philosopher, Bataille, was trying to go beyond good and evil during all of his lifetime, not only in his texts but also in his own life. Evil and good are social constructions inside these thinkers’ thoughts. Evil and good are not separated entities, and they weren’t born from nothing. These concepts were constructed by a certain kind of people, with certain purpose, inside a given social artifact, and a given time and space. In Beyond Good and Evil, Nietzsche offers the example of the word “blonde” related to “good” in German language and “evil” related to “black”, concluding that the conquerors, blonde people, imposed certain language in their region, inhabited primarily by obscure skin people. Therefore, “impossible” is to go beyond all that is called “good”. This is the job proposed by Bataille. This is the reason why he said that Nietzsche must be called the “philosopher of evil”. To push the limits of the possible, beyond the possible, means also to do this in an act that is presented in a despoiling way. Nothing is waiting after the act. It is the nothing that death presents to us. This going-to-the-impossible is a going-to-death ar each instant; this pure act is to live the death in the natural way of life. Death and life are not opposite; because death is only the end of life. To try to live the limits of life, like extreme forms that eroticisms offer to human beings, is one of the roads that Bataille shows us to act the impossible on the stage of life. To live eroticism beyond the limits is to experiment death in its purest form, approaching more and more to the impossible: “Impossible” means, in Bataille’s language, absolute sacrifice and sovereign expenditure.

In trying to understand what the impossible means in Bataille , we need to enumerate, and in some cases summarize and/or develop, some key concepts that are constitutive of a possible Bataille’s cartography. This cartography could guide us in Bataille’s territories, looking for the impossible in them.

Some first key (basic) concepts that we can find in a first reading, are:


eroticism
the accursed share
the potlatch[4] (borrowed from Marcel Mauss's discussion of the kula and the gift economy)


Georges Bataille rejected not only traditional philosophy, but also traditional literature and considered that the ultimate objective of intellectual, activity should be the annihilation of the individual in a violent act of communion. (This point of view can be confronted in Roland Barthes’, Julia Kristeva’s, and Philippe Sollers’ texts, who have written about Bataille’s works, all of them specifically attracted to this view of the French thinker.) “I am not opposed to the evil”, said Bataille in On Nietzsche. Will of chance. We would like to specially include this rejection of traditional literature, the violent act of communion (trough eroticism) and Bataille’s acceptation of evil, as key concepts, which we prefer to call basic concepts. This preference is based in that the word “key” is more ambiguous than the voice “basic”. The key opens, and the key closes, but we can also open something without key, etc.

In a third level of basic concepts we could recognize the solar anus, the sacred and the absolute negativity. This paper will not analyze this third level, because they can be obliterated in a first approach to Bataille’s thoughts about the impossible.

GEORGES BATAILLE IN HIS TIME AND SPACE


Georges Bataille (1897-1962) was born in France. He was involved in the Surrealist movement; however he always had a critic view about the movement. His perspective and activities involved and propitiated by this did that André Breton himself expulsed Bataille from the surrealist movement. Bataille founded many journals centered in his favorite issues, sociology, religion, and literature. Bataille was the first to publish Derrida, Barthes and Foucault and Derrida. This kind of propitious environment appeared usually in certain epochs when appeared that we call “brilliant thinkers”. A large number of people involved in deepest intellectual jobs, that not only include to write and to publish for the academic circles, but also, and all over, for all kind of public, and all kind of disciplines. Perhaps we can summarize those times as times with trans-disciplinarians thinkers for a trans- disciplinary society.

Bataille worked as a librarian in two times during his life. The first one was during 1922 to 1944 at Bibliothèque Nationale in Paris. At the same time that he researched inside the library about eroticism, he was a recognized visitor of prostitutes. These experiences were reflected, for example, in Madame Ewarda. In 1961 Max Ernst, Miro and Pablo Picasso, organized an auction of paintings to help Bataille, who was in financial difficulties, situation that began in the earlier 1940s. We are not naming these three painters for casualty; we are citing them to show part, only a little part of this marvelous inteelctual context in the France on those times.

Bataille died in Paris on July 8, 1962. Bataille’s ex wife remarried with Jacques Lacan. We want to remark that these data about friendships and relationships offer us a vision about the weatlth and amazing environment in which the French philosopher developed his ideas.

The Tears of Eros (1961) was Bataille's final book, a detailed and morous history of eroticism and violence. This beautiful book, plenty of paintings, was a part of his researching as a librarian. Marvelous paintings of saints and martyrs, with ecstatic view, their bodies covered of blood, appearing in front of us, who must decide what to think. The presentation of all the iconography includes not only saints: we can see in this book some images of torture in China, with some pictures that were taken to common people, while they were tortured.[5] Bataille, a declared transgressor, thought that suffering and eroticism are closely linked. The passion in the saint’s eyes remember us the orgasm’s instant, when the lovers are only one. Whatever we understand for the phrase “the lovers are only one”, the projection that Bataille offers is that we are one with the universe when sex is present in our lives. However, sex was not only a biological manifestation of the human being for our author, but also a manifestation that we are really human beings, and we are really language beings. We live death each time we make love, because the “little death” involves us, and we find it trough eroticism.

Histoire de l'oeil (1928, The Story of the Eye), Le Bleu du ciel (1945, Blue of Noon), and L'abbé C (1950, The Abbot C.) are among Bataille's best-known glorifications of eroticism. He felt that sexual union causes momentary undistinguished ability between otherwise distinct objects, the undistinguished lost union with the entire world. These objects include the world and the lovers, the death and the life, the sense and the non sense (in a figurative way, for example, when , during the orgasm, we may lose in different ways, our senses –some people hear less, some people’s body changes their sense of pain, etc) . The secret of eroticism opens visions into unknowable continuity of being and the death. Being and death are un-differentiable during eroticism event. Poetry has similar dimensions when it dissolves the reader 'into the strange'. In the same sense, pornography was for Bataille the vehicle for his own surrealist experiments and memory. This also partly explains complex associations of eggs and eyes in The story of the eye, where the sex story between the two central characters develop all kind of extreme eroticism, including make love in front of the corpse of their best friend.[6]

Although Bataille could write clearly he was many times content to present his ideas in a puzzling way. This puzzle is textured not only by metaphors and neologism but also by new meanings for old words in philosophy, or words never taken by the philosophical analysis. This is an important part of his ideas, because Nietzsche said “the style is the blood”, in a metaphor that has, as a minimum, the interpretation that form and content are the same. Writers rite in their own style, and when their ideas change, their style also changes. It is impossible to write in a Cartesian style when we need to say something totally different in philosophy. We are language beings, like Wittgenstein and Nietzsche said. For this reason, to think that it is possible to elude the puzzles of language is a contradiction, since when we are trying to turn philosophy into a puzzle to deconstruct the known world.

When some writers, including Weston, let open a little the window of their writings, in a discrete critique against an author as Bataille is, saying that it is impossible to run out from the paradox of the impossibility that the language offers, we can suspect that those writers are metaphysical ones. Transcendentalisms, foundational theories, two-world philosophies are always here, between us, presenting the consolation of certain philosophy that wants to take the place of religion. In Beyond Good an Evil, paragraph 34, Nietzsche said “Could it be licit to the philosophers to go beyond the grammar chains?” This is the “impossible” that philosophers who try no to be transcendentalist, try to do. It is licit to remember that “impossible” is in itself a word, part of the grammar constructed by metaphysical minds. [7]

This way “beyond the chains of the grammar” was transited not only by Bataille, but by all the thinkers who has a recognized and/or easily recognizable debt with Nietzsche, like the magnificent Japanese writer Yukio Mishima.

The artwork on stage of Bataille’s trans-valuation of Ethics is very good represented in his books, using different methods. Pornography, sanctity, images, words, philosophy, literature, politics, theater (some of these books, for example Tears of Eros, rewritten to offer four versions), and, from the beginning, in On Nietzsche. Will of Chance[8] (translated into English as On Nietzsche, ignoring the subtitle, that is the most important concept to understand the entire book: "Chance", has too many meanings; Bataille uses these words in almost all its meanings, as "luck", "opportunity", "occasion", “possibility”, "event", "incident", "fortune”, “fate”, etc.)


THE IMPOSSIBLE AND THE GIFT [9]


The seduction, the eroticism, the poetry, and the evil are part of the constitution of the gift as the impossible. One of the most interesting interpretations about this concept in Bataille is offered by Jacques Derrida. In Derrida's view of Bataille’s ideas, if a gift exists at all, it must not be recognized as such, either by the giver or the receiver. The parties involved must forget the giving every occurred, even before it is given. However, it would have to be a forgetting more complete than even the normal modes of forgetting of psychoanalysis. It must not be repressed and be part of the subconscious. It must, rather, be apparently obliterated, without obliterating the gift itself. To be a gift the gift must not be a gift; i.e. it is the impossible. This is the meaning of the gift in the potlatch (Cf. Note 4). Moreover, the power of the gift is moving inside other notion of time, different that the Western time offers us. The subject becomes sovereign in the very creation of the temporal place for play. It is the impossible moment that diverts the flow of energy in rational exchange in its selfish uselessness to a new point of definition. Thisnew point of definition is, like the eroticism, uselessness. Hence, this is the conjunction point for death, eroticism and gift in Bataille. This remember us the child who plays (without any objective) in front of the sea, who represents the innocence of the becoming in Nietzsche’s view.


Eroticism, general economy, surplus/ excess, transgression and violence, heterogeneous, surrealism, paradoxical philosophy, unknowing, sacred, sovereignty: all of these concepts are, together, part of the Bataille’s cartography. However, this cartography is permanently mobile, like the Heraclites’ river. This cartography is the instant, like eroticism, inside a play time, and this cartography is, finally, useless (ness). It means, impossible.

Talking about the implications for how we conceive and practice Philosophy for Children, it could be said that P4C involes going against the language, to think against the language, to write against the language, and to construct a new language. Philosophy for Children means forgetting all that we learned, and beginning to learn all over again, in a different way. Marguerite Duras saw the impossible in Bataille from that point of view.[10] Georges Bataille’s thoughts are important for Philosophy for Children not only by itself, but also because of the influence that the French philosopher had on Michel Foucault, and all the thinkers who wrote about the school from a genealogy and/or a genealogic perspective. Bataille is against the ascetics that the Christian moral offers to us and against the economic ideal of capitalism. We agree with these views, because the Western world needs a philosophical revision, and this revision includes philosophy itself. If it is right, also Philosophy for Children needs a revision. Probably in this proposal of exuberance, to cite Bataille’s concepts, we will lose elements that are considered important in P4C, however it is also possible to gain other new and enrichment elements that philosophy needs to edify the new culture of the education.



References



- Georges Bataille, Las lagrimas de Eros, iconografia en colaboracion con J. M. lo Duca, (Les Larmes d'Éros, 1961 - The Tears of Eros (trans. by Peter Connor) translation David Fernandez, Madrid, Tusquets Editores, 1997


- Georges Bataille, On Nietzsche, London, Continuum International Publishing Group, 1999

- Georges Bataille, Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte, (Sur Nietzsche, 1945) trad. Fernando Savater, Madrid, Taurus, 1972

- Georges Bataille., El erotismo, (L'Érotisme ou la muse en question de l'être, 1957 - Death and Sensuality / Eroticism) translator A. Vicens, Barcelona, Tusquets, 1985

- Georges Bataille, The Accursed Share, Vol I (La part maudite, 1947), translated by Robert Hurley, NYC, Urzone Books, distributed by MIT , 1989, 1998[11]

- Bataille, Georges, Historia del Ojo (Histoire de l'oeil, 1928), translator Antonio Escohotado, Editorial Tusquets Editores, Barcelona, 1986

- Bataille, G.: Madame Ewarda, (Madame Edwarda, 1937), translator Salvador Elizondo, Mexico, Premiá Editora de Libros S.A., 1985

- Bataille, Georges, The Story of the eye. There are several different editions; however the translation of the first edition, by Joachim Neugroschal, that has been floating on the Internet, is one of the best to use in research.

· Lous P. Pojman, The Moral Life: An Introductory Reader in Ethics and Literature (New York and Oxford: Oxford University Press, 2000).

· Michael Weston, Philosophy, Literature and the Human Good (London and New York: Routledge, 2001)

· Alasdair MacIntyre, After Virtue: A Study in Moral Theory (London: Gerald Duckworth and Co. Ltd., 1985).

- Nietzsche,F. , Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe in 15 Bänden, Hrag. von G. Colli und M. Montinari, Berlin-New York, Walter de Gruyter-DTV, 1980.

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NOTES



[1] Michael Weston chapter dedicated to Bataille in Philosophy, Literature and the Human Good has the title “Bataille: the impossible.”

[2] Mark Douglas Price recently completed a PhD thesis on the role of violence in post-Kantian philosophy in the United States.


[3] Michel Leiris, “From the Impossible Bataille to the Impossible Documents,” Brisées, trans. Lydia Davis (San Francisco: North Point, 1989), 241, 243.


[4] [Chinook jargon, from Nootka, patshatl: giving], a ceremonial feast of the Indians of the Northwest coast marked by the host's lavish distribution of gifts requiring reciprocation (Source: Webster's Ninth New Collegiate Dictionary).

A potlatch is a ceremony among certain First Nations peoples on the Pacific Northwest coast of the United States and Canadian province of British Columbia such as the Haida, Tlingit, Salish and Kwakiutl (Kwakwaka'kawakw). The potlatch takes the form of a ceremonial feast traditionally featuring seal meat or salmon. In it, hierarchical relations between groups were observed and reinforced through the exchange of gifts and other ceremonies. The potlatch is an example of a gift economy, whereby the host demonstrates their wealth and prominence through giving away their possessions and thus prompt participants to reciprocate when they hold their own potlatch. Although this sort exchange is widely practiced across the planet (consider, for example, the Western practice of buying one's friends rounds of drinks), Potlatch is the example of this phenomenon that is most widely known to the public.

Originally the potlatch was held to celebrate events in the life cycle of the host family such as the birth of a child. However, the influx of manufactured goods such as blankets and pieces of copper into the Pacific Northwest caused inflation in the Potlatch in the eighteenth and nineteenth centuries. Some groups, such as the Kwakiutl, used the potlatch as an arena in which highly competitive contests of status took place. In some cases, goods were actually destroyed after being received.

Potlatch was made illegal in Canada and the United States in the late nineteenth century, when the government considered such displays 'irrational' and a waste of valuable resources that would be better use to help Native North Americans advance and develop. As understanding of the true nature of the Potlatch grew it was made legal once again - in 1934 in the United States and 1954 in Canada. Today First Nations people continue to hold potlatches and they are once again an important part of community life. Gifts today include cash, blankets, tupperware, glasses, and cups.

Potlatch has fascinated Westerners for many years. Thorstein Veblen's use of the ceremony in his book Theory of the Leisure Class made potlatch a symbol of 'conspicuous consumption'. Other authors such as Georges Bataille were struck by what they saw as the archaic, communal nature of the potlatch's operation - it is for this reason that the Lettrist International named their review after the Potlatch in the 1950s. Potlatch has also become a model, albeit a sometimes poorly understood one, for the open source software movement and a variety of social movements (Source, Wikipedia)

[5] Cf. Tears of Eros, that shows this kind of images that relate torture with ectasis.

[6] Bjork singer’s video Venus as a Boy (1993) was inspired by the use of eggs in Bataille’s The Story of the Eye

[7] Stella Accorinti, “El combate contra el nihilismo” (1992- “Fighting against nihilism”)
http://www.izar.net/fpn-argentina/textos_stella.htm

[8] On Nietzsche was originally published in France in 1945 and translated for the first time into English, this book record the major influence Nietzsche played on Bataille's life and which led him to abandon his Catholic faith. Bataille argues against fascist interpretations of Nietzsche, expresses his disgust at German anti-Semitism and praises Nietzsche as a prophet. Against the background of the war and the German occupation, this book mixes observation with reflection in the form of aphorisms, poems and myths.

[9] As Friedrich Nietzsche's work influenced Bataille deeply, Bataille's views about social organization were influenced by anthropologist Marcel Mauss' The Gift. In La part maudite (1949) he dealt with the phenomenon of waste in nature and society, and this view influenced Bataille in a deepest form.

[10] « On peut donc dire de Georges Bataille qu'il n'écrit pas du tout puisqu'il écrit contre le langage. Il invente comment on peut ne pas écrire tout en écrivant. Il nous désapprend la littérature. »

[11] “Here Georges Bataille introduces his concept of the 'Accursed Share', the surplus energy that any system, natural or cultural, must expend; it is this expenditure, according to Bataille, that most clearly defines a society (his examples include sacrifice among the Aztecs, potlatch among the Northwest Coast Indians, military conquest in Islam and monasticism among Buddhists in Tibet). In this way {Bataille} proposes a theory of 'general economy' based on excess and exuberance that radically revises conventional economic models of scarcity and utility. A brilliant blend of economics and ethics, aesthetics, and anthropology, 'The Accursed Share' is an incisive inquiry into the very nature of civilization.” (Publisher’s commentary)

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