viernes, abril 08, 2005

Stella Accorinti, MIRTA . Tercera entrega





LA ARGENTINA 2001



Son las tres de la madrugada del 20 de diciembre de 2001. Mirta se seca las lágrimas que aún caen de sus ojos. Los gases lacrimógenos han hecho su tarea en la Plaza de Mayo. Le duele el pecho. Ha corrido por Avenida de Mayo, casi trece cuadras sin parar. Perseguida por los gases lacrimógenos y por los fantasmas, ha huido hacia delante junto a cientos de otras personas.
Sentada ahora en la Plaza de los Dos Congresos mira el edificio frente a ella, subiendo la mirada desde las escalinatas hasta las estatuas. Pero lo que ve, como una película, es el edificio del Ministerio de Economía incendiándose pocas horas antes, y a la gente gritando y empujándose, y se ve a sí misma tratando de acomodarse sobre la cara la remera que había llevado en la mochila, intentando detener inútilmente el ardor que le ocupa el pecho por entero. Corrió mucho. Le duele tanto el estómago, y le tiemblan las piernas todavía. Hubo un momento en el que sintió un mareo intenso, un temblor lacerante, y llegaron las ganas de tirarse ahí nomás en la calle, de no seguir corriendo, el dolor de estómago y las náuseas. Después se orinó. Su marido la descubrió entre la gente, la tomó del brazo con fuerza y la arrastró por Avenida de Mayo hacia el Congreso. La infantería tiraba gases desde las calles laterales, era imposible escapar. Un corral. Y el dolor, la tos, los estornudos. Y la boca llenándose de saliva. Y el pecho que se cierra. Y en medio del espanto que le llena los ojos, el alma y el cuerpo, a Mirta le parece que ve caer en cámara lenta, nuevamente, una y otra vez, la cápsula de gas que se abre como una flor maligna justo delante de ella, que queda paralizada, y el bienvenido dolor en el brazo cuando alguien la toma y la arrastra lejos del gas que se expande para abrazarla, y ella que pierde la conciencia.

Y la película vuelve un poco más atrás, y Mirta ve a algunas personas prendiendo fuego en las esquinas, para disipar los gases. Otros acercando agua a quienes estaban con ataques de llanto y vómitos por los gases. Y todos tratando de correr desde la Plaza de Mayo hacia el Congreso, o de ayudar a correr a los que lo hacían con más lentitud.

A Mirta comenzó a picarle la cara como si le arrancaran la piel. Se echó agua, desesperadamente, intentando correr sin perder la velocidad. Vio delante de ella a un hombre en silla de ruedas. Lo verá nuevamente cuando esté sacando fotos, en enero de 2002, durante el incendio en el Congreso. Mientras caía el sillón que habían arrojado desde adentro, el hombre estaba justo debajo, al pie de las escalinatas. Mirta le había gritado sin dejar de disparar la cámara fotográfica. El hombre se corrió rápidamente del lugar, y el sillón cayó en el lugar que poco antes ocupara la silla de ruedas. Los recuerdos se suman, la memoria amontona, borra, arma, rearma. Ella mira el edificio del Congreso pero no lo ve. (Mirta piensa en su tía Isabel. Ve la imagen, casi una foto, ambas tomando un té juntas, que habría de ser el último, en 1996. "Yo nunca me metí en política", le dijo su tía con una sonrisa. "Yo siempre fui peronista.")

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