miércoles, agosto 03, 2005

Stella Accorinti, SóCRATES - Cuarta entrega




ARQUELAO


Es temprano todavía en este mundo, me oyes
No han sido domesticado los monstruos, me oyes
Mi sangre perdida y el aguzado, me oyes
Puñal
Que corre como carnero por los cielos
Y quiebra las ramas de las estrellas, me oyes
Soy yo, me oyes
Te amo, me oyes…
Enormes lianas y lava de volcanes…
Mis amargos guijarros cuento, me oyes…
Y las campanas abren en lo alto, me oyes
Un hondo pasaje que permita mi paso
Aguardan los ángeles con cirios y fúnebres salmos
No voy a ninguna parte, me oyes
O ninguno o los dos juntos, me oyes
Esta flor de la tormenta y, me oyes…
Y ningún jardinero tuvo la dicha en otros tiempos
Después de tanto invierno y tantos vientos fríos,
me oyes
Que nazca una flor, sólo nosotros, me oyes
Levantamos toda una isla, me oyes
Con grutas y cabos y acantilados florecidos
Oye, oye
Quién habla a las aguas y quién llora –¿oyes?
Quién busca al otro, quién grita –¿oyes?
Soy yo que grito, soy yo que lloro, me oyes
Te amo, te amo, me oyes.


Odysseas Elytis, “El monograma”

Sólo me complace el trabajo con las manos, piensa Sócrates. Como a mi padre. Como a mi madre. Con nuestras manos amasamos la justicia. Nuestros pensamientos son un cuerpo. Los animales fueron engendrados del barro. Como esta vasija. Y nacieron con calor y frío. Como el calor que dan mis manos a esta arcilla, como el frío que vendrá luego a ella cuando, ya modelada, la deje descansar.
El Universo no tiene límites. Como este cacharro. Sería una impiedad declarar lo contrario. El Universo no tienen límites, y el sol es una piedra, una piedra de calor.

Sabía que estos pensamientos lo tenían ocupado en Mantinea como en Anfípolis, en Potidea como en Naupacto, y los traía a su mente una y otra vez para intentar distraerse. Pero la imagen de Arquéalo martillaba su cabeza. Amaba aún profundamente a Arquéalo. ¿Cuántos años tenía cuando lo conoció? Diecisiete, se dijo. Diecisiete. Fue erómeno de Arquéalo por muchos años. Todos los necesarios para su educación. Ese gran hombre lo había honrado eligiéndolo.
Sócrates recuerda aquel momento perfecto, cuando levantó la cabeza de la arcilla que estaba amasando, porque sintió una mirada posada en su nuca. Y los ojos de Arquéalo, bellos oscuros y profundos, lo atraparon para siempre. Se le acerca, acomodando con elegancia y sin afectación su manto, que parece realizado sin tintura alguna, y le pregunta:

–¿Qué es eso?
–Un cacharro –responde Sócrates, sin dejar de mirar al hombre a los ojos.
–¿Qué será entonces, luego? –insiste Arquéalo.
–Lo que los dioses quieran –recuerda haberle respondido, intencionalmente ambiguo.
Luego descubriría en los negros ojos un brillo color miel, y el amado le diría días después que él también presintió el brillo. La pasión y el deseo (no, no el deseo, se corrigió: el amor) habían hecho que la pareja tuviera la perfecta unión que requiere una excelente educación. ¡Ah! Si en Delion hubieran estado juntos… Nadie podía vencer la unión de dos guerreros amantes. El valor, el coraje, el amor y la educación van juntos.
Los amantes se buscan sin cesar. Son partes separadas de un mismo ser primigenio.

Dirigiéndose a un esclavo, Sócrates le entrega el escrito que le había dado Aristarco, y le pide que lo lea en voz alta. El esclavo se sienta y comienza la lectura:

En primer lugar, tres eran los sexos de las personas, no dos, como ahora, masculino y femenino, sino que había, además, un tercero que participaba de éstos dos, cuyo nombre sobrevive todavía, aunque él mismo ha desaparecido. El andrógino, en efecto, era entonces una sola cosa en cuanto a forma y nombre, que participaba de uno y de otro, de lo masculino y de lo femenino, pero que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia. En segundo lugar, la forma de cada persona era redonda en su totalidad, con la espalda y los costados en forma de círculo. Tenía cuatro manos, mismo número de pies que de manos y dos rostros perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos órganos sexuales, y todo lo demás como uno puede imaginarse a tenor de lo dicho. Eran tres los sexos, y de estas características, porque lo masculino era originariamente descendiente del Sol, lo femenino, de la tierra y lo que participaba de ambos, de la Luna, pues también la Luna participa de uno y de otro. Precisamente eran circulares ellos mismos y su marcha, por ser similares a sus progenitores. Eran también extraordinarios en fuerza y vigor, y tenían un inmenso orgullo, hasta el punto de que conspiraron contra los dioses. Y lo que dice Homero de Esfialtes y de Oto se dice también de ellos: que intentaron subir hasta el cielo para atacar a los dioses. Entonces, Zeus y los demás dioses deliberaban sobre qué debían hacer con ellos y no encontraban solución. Porque, ni podían matarlos y exterminar su linaje, fulminándolos con el rayo como a los gigantes, pues entonces se les habrían esfumado también los honores y sacrificios que recibían de parte de los hombres, ni podían permitirles tampoco seguir siendo insolentes. Tras pensarlo detenidamente dijo, al fin, Zeus: Me parece que tengo el medio de cómo podrían seguir existiendo los hombres y, a la vez, cesar de su desenfreno haciéndolos más débiles. Ahora mismo, dijo, los cortaré en dos mitades a cada uno y de esta forma serán a la vez más débiles y más útiles para nosotros por ser más numerosos. Dicho esto, cortó a cada individuo en dos mitades, como los que cortan las serbas y las ponen en conserva o como los que cortan los huevos con crines. Y al que iba cortando ordenaba a Apolo que volviera su rostro y la mitad de su cuello en dirección del corte, para que el hombre, al ver su propia división, se hiciera más moderado, ordenándole también curar lo demás. Entonces, Apolo volvía el rostro y, juntando la piel de todas partes en lo que ahora se llama vientre, como bolsas cerradas con cordel, la ataba haciendo un agujero en medio del vientre, lo que llamamos precisamente ombligo. Así, pues, una vez que fue seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad, se juntaba con ella y rodeándose con las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer nada separados unos de otros. Y cada vez que moría una de las mitades y quedaba la otra, la que quedaba buscaba otra y se enlazaba con ella, ya se tropezara con la mitad de una mujer entera, lo que ahora llamamos precisamente mujer, ya con la de un hombre, y así seguían muriendo. Compadeciéndose entonces Zeus, inventó otro recurso y trasladó sus órganos genitales hacia la parte delantera, pues hasta entonces también éstos los tenían por fuera y engendraban y parían no los unos en los otros, sino en la tierra, como las cigarras. De esta forma, pues, cambió hacia la parte frontal sus órganos genitales y consiguió que mediante éstos tuviera lugar la generación en ellos mismos, a través de lo masculino en lo femenino, para que si en el abrazo se encontraba hombre con mujer, engendraran y siguiera existiendo la especie humana, pero, si se encontraba varón con varón, hubiera, al menos, satisfacción de su contacto, descansaran, volvieran a sus trabajos y se preocuparan de las demás cosas de la vida. Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de los unos a los otros innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana.

El esclavo mira a Sócrates, y espera. Cuando Sócrates sale de su ensueño, le entrega dos monedas al esclavo, quien agradece, devuelve el escrito y se va.

Aristarco tiene sus ideas muy bien definidas, piensa Sócrates, y su boca se tuerce en una mueca de disgusto. Las mujeres son de la tierra y la materia, los hombres son del sol, la forma y el único conocimiento verdadero. Para él, sólo los hombres son racionales, pero no lo son las mujeres. Es un planteo grosero. Seguir las ideas de la mayoría y sustentarlas no es tarea filosófica. Si la opinión común cree que las mujeres son sólo receptáculos y que somos los hombres quienes otorgamos la vida, es algo que debemos cuestionar, no algo que debemos asentir. Cuánto error hay en la cabeza aristocrática de mi discípulo… Qué haré contigo.
Ay, Platón, Platón… Te conocí cuando tenías veinte años y yo sesenta y tres. Tus anchas espaldas te hacen soportar muchas ideas pesadas, pero algún día deberás sacudírtelas, por tu bien y por el bien de la polis… Porque tus ideas, mi querido Platón, están sosteniendo el poder que los hombres tienen en la polis. Y no es bueno para el filósofo estar del lado del poder… Tú cuestionas las formas, pero no cuestionas el fondo… Discutes los detalles pero ni siquiera ves que estás de acuerdo con el núcleo. Tus planteos sobre el amor son bellos, oh, eso sí… Yo también puedo estar de acuerdo con algunos detalles…

Dos jóvenes pasean charlando animadamente y Sócrates les pregunta:

–¿Quiénes son superiores, jóvenes, los hombres o las mujeres?
–¡Los hombres! –responden a coro los muchachos.
–¿Por qué?
–Porque sí.
–Porque sí no es una buena razón, ni siquiera es una razón. ¿Por qué?
–Porque los dioses hicieron a Pandora para mal de los hombres.
–¿Por qué?
–¿Dudas de los dioses?
–No. Sólo pregunto por qué.
–¿Por qué qué?
–Por qué los dioses hicieron a Pandora para mal de los hombres.
–Esas son cosas de los dioses, anciano.
–Pero por qué vosotros creéis eso.
–Porque no hay más que mirar a las mujeres. Son inferiores.
–¿Por qué?
–Están en la casa todo el día y se ocupan de tareas propias de seres inferiores.
–¿Son inferiores y por eso ejercen esas tareas o esas tareas las vuelven inferiores?
–Las dos cosas.
–¿Cómo es eso?
–Porque son inferiores deben hacerlas.
–¿Quién dice que son inferiores?
–Siempre ha sido así, todos lo dicen.
–Y vosotros, qué decís.
–Lo mismo.
–¿Porque lo habéis pensado por vosotros mismos o porque repetís lo que dicen los demás?
–Todos repetimos lo que se dice, pero porque lo hemos pensado
–¿Por vosotros mismos?
–Sí anciano, de qué otro modo si no.
–Quizá una cosa sea pensar y otra pensar por nosotros mismos…
–Sócrates, para qué dar tantas vueltas a las cosas. Estamos apurados, adiós.

Moviendo la cabeza con un dejo de pena, Sócrates suspira, se pone de pie y emprende el camino hacia su casa.


1 Comments:

Blogger Stella M Accorinti said...

Thank you, Lila! I will watch your blog soon.

Stella

7:22 p. m.  

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