Stella Accorinti, SOCRATES, capítulo 9
LA ESPERA
Envejeció entre el fuego de Troya
y las canteras de Sicilia.
Le gustaban las cuevas en la playa
y las pinturas marinas.
Vio las venas de los hombres
como una red donde los dioses
nos prendían como fieras:
trató de romperla.
Era hosco, tenía pocos amigos;
vino el tiempo y los perros lo despedazaron.
Yorgos Seferis, Eurípides ateniense
Si vas a emprender el viaje hacia Itaca / pide que tu camino sea largo, / rico en experiencias y en conocimiento. […] Pide que tu camino sea largo / y que sean muchas las mañanas de verano / en que con placer arribes felizmente / a bahías nunca vistas. […] / Ten siempre a Itaca en el pensamiento: / tu meta es llegar allí. / Pero no tengas prisa. / Mejor que el viaje dure muchos años / y que no llegues a la isla sino ya viejo, / rico con lo que hayas ganado en el camino, / sin esperar que Itaca te enriquezca. / Itaca te regaló un hermoso viaje. / Por ella emprendiste tu camino. / Eso es todo lo que puede darte. / Tal vez la encuentres pobre, / pero no te habrá engañado. / Rico en saber y en vida, / habrás aprendido qué significan las Itacas.
Konstatino Kavafis, Itaca
Y la nave va. La nave partió hacia Delos hace días. Debo esperar aun por mi muerte…. No tengo el derecho de ser muerto luego del juicio, debo esperar, debo agonizar en esta espera, debo esperar la llegada de la nave… Es extraño, deber[ia estar en paz, es ridículo sentir amargura, a mi edad, por morir. Pero no siento este gusto amargo por mí, es por mi fracaso. No he logrado nada, sólo que lleven adelante la muerte de un justo, no he cometido injusticia alguna, pero de alguna manera he logrado que ellos sean injustos conmigo, alguna responsabilidad tengo en ello… No… no he de ser omnipotente… He intentado que cada uno vea su ignorancia, sólo eso…
La nave estará en Athenas al día siguiente de haber pasado el cabo Sunio, y al fin moriré. Habrán pasado ya veinte días del juicio…
¿Puede alguien ser experto en algo y no enseñar eso? ¿Pude haber prometido no enseñar más? No. Eso es algo abyecto. ¿Acaso quien sabe no está obligado a enseñar lo que sabe? Sí, lo está. ¿Es una vida digna vivir en desacuerdo con las obligaciones, con lo que es correcto y justo? No, eso es una vida indigna de ser vivida.
Me han acusado de impío, de corromper a los jóvenes, de introducir nuevos dioses… ¿Hasta cuándo permanecerá la injusticia reinando entre los hombres? Quizá he vivido en época muy temprana, y cuando mi cuerpo no esté, cuando mis huesos sean polvo, nunca más sucederá algo así, quizá ya nadie será muerto por una causa injusta, y los hombres aprenderán que son ignorantes, que nadie puede matar a otro sin una buena razón, y quizá, hasta sepan ya en ese momento que ningún humano puede matar a otro humano, y ni siquiera puede matar a otro animal, por ninguna razón. Lentamente quizá los hombres aprendan a saber de su ignorancia, a saber que no sabemos nada, y que la más alta sabiduría es saber que no sabemos, y que podemos aprender los unos con los otros. Y quizá esto sea llevado a cabo por todos…
Mis amigos se han ofrecido a pagar al carcelero para que fugue, incluso Simias de Tebas y Cebes, y los demás, quisieron ayudar, como me dijo Critias. Pero haber escapado era cometer injusticia contra la ciudad. No se debe cometer injusticia ni aun contra el injusto. Por eso mismo, no debería existir la pena de muerte. Qué diferencia hay entre lo que soy y aquello de lo que me acusan. Por eso depositaron la acusación en el Pórtico del Arconte, al norte, y yo estoy en el sur, esperando en esta cárcel. Guardaron la acusación en el templo de la diosa. Está bien, que ella la haya guardado y mirado y cuidado. Estoy cerca de la Helieia, donde me juzgaron, y lejos de donde depositaron la acusación…
No podía escapar… Qué ridículo me vería disfrazado, escapando, cometiendo una injusticia para reparar otra. Eso no hubiera sido reparación, sino acumulación de injusticias. Estudié con Anaxágoras, salvé a Alcibíades en Delion, combatí en la Calcídica, en Potidea, contra los beocios, y en Anfípolis. No me vería bien escapando como un cobarde… No me gusta la violencia, sin embargo he estado en tantas batallas…
Una vida debe valer la pena de ser vivida, y sólo si es examinada vale la pena. Arístides, Aristocles, el gobierno, la escritura, todo debe ser examinado, y si no es justo y correcto, para qué continuar… Tienen mucho de qué acusarme, mi amistad con Alcibíades y con Critias no les gusta a los atenienses, pero no voy a renegar de mis amigos. También el hecho de que me guste la conformación de Esparta les parece mal, pero no he de mentir. Hay ciudades ideales, son eso, ideales, no están en ningún lugar, pero los humanos vivimos mejor si tenemos algún lugar que no esté en ninguna parte, y hacia el cual podamos caminar siempre. No es bueno estar inmóviles. Aristocles me ha dicho que se irá de la polis si muero de este modo en el que moriré, que se irá a Sicilia y a Egipto, pero él es joven aún y no sabe que la insensatez reina entre los hombres en todas partes. Será buena experiencia para él irse, viajar, conocer otras costumbres, y ver por sí mismo lo que le he dicho. Y será bueno para él conocer la bella Sicilia, sus caminos, su volcán vigilando eternamente todo, su lava, sus atardeceres, sus flores, y hablará con sus escultores, con sus pintores y con sus filósofos. Bella experiencia.
¿Y adónde hubiera ido yo? ¿A Tesalia? ¿Acaso a vivir entre extranjeros? ¿De qué sirve la vida en el exilio? ¿Qué podría haber hecho en el exilio un viejo como yo? Ni siquiera siendo joven sería soportable el exilio… No debo cometer injusticia alguna, ni puedo aceptar el exilio. Me gusta la vida en la polis, comer y beber con los amigos, departir con alguna hetera, preguntar a todos. No me gustan las multitudes, claro, y no me gusta que nadie me siga ni se diga mi seguidor. ¿De qué sirve eso?
Nací en Alopece, apenas a una klepsidra de Athenas, y soy un ateniense completo en mi corazón. Pertenezco a los zeugitas, es verdad, la última clase entre los atenienses, pero eso me tiene sin cuidado. Nací en el primer mes del año, buen augurio según dicen. Nunca me faltó nada de lo necesario en mi educación cuando niño. Hice el servicio militar a los dieciocho años y a los veinte ya tenía mi armadura de hoplita. Anaxágoras, Arquéalo y Damon fueron mis maestros. Me casé con Jantipa a los cincuenta años, tres años después de Anfípolis, sabiendo que los truenos de Jantipa algún día, tarde o temprano, se convertirían en lluvia. Me casé luego con la hija de Arístides el Justo, cuando ella había caído ya en la miseria. Mirto me dio a Sofronisco y a Menexeno, y Jantipa me regaló a Lamprocles: ése fui yo.
¿Debo pedir justicia para mi muerte? Ninguna muerte es justa. Y es mejor morir como justo que como injusto, siendo que la muerte, en definitiva, es injusta para todos. Será injusta con quienes me han juzgado también… Muchos no están de acuerdo con la sentencia, y ni siquiera estaban de acuerdo con el juicio, y las calles de Atenas se llenaron de personas que iban al juicio. Es verdad, no hace falta mucho para llenar las angostas calles de Atenas, y para hacer que suenen sin cesar las puertas golpeadas desde adentro. Miles de atenienses se han anotado, queriendo ser mis jueces, han dejado las tablillas de bronce con sus nombres en las urnas de mármol. Pero sólo quinientos serían elegidos por la piedra blanca, y sólo tres óbolos al día se pagaría a cada uno. ¿Por qué querrían ganar esa exigua paga? No, no se han anotado por eso miles de atenienses, ni se han cuidado tanto esos miles para no ser marcados con la cuerda violeta, caminando lentamente detrás de su esclavo, siguiendo el camino demarcado por la cuerda con pintura fresca, pronta a mancharlos, dejando en ellos la mácula que no les permitría participar en la asamblea por un año…
Me han dicho que se han vaciado muchas amides, en la oscuridad, en la cabeza de quienes iban al juicio, y así, amos y esclavos han terminado cubiertos por excrementos, y las antorchas han sido apagadas por orines. Pero no es vaciando mierda en las cabezas ajenas como solucionamos las injusticias. He visto a muchos comportarse en el juicio como si estuvieran en una fiesta en honor a Dionisos. A esto han llegado los atenienses, a amar tanto las disputas, los pleitos y los juicios, que esto los llevará a la debilidad y a la perdición. Muriendo les evito a mis conciudadanos volver a juzgarme en el Freattó, que con gusto lo harían si yo me exiliara. Ya hallarían nuevos argumentos en mi contra, nuevas causas, nuevas acusaciones. No quiero verlos cometer el desatino de juzgarme nuevamente estando yo en un barco, sin poder pisar el suelo de mi polis. No quiero avergonzarme dos veces de mis compatriotas. No quiero saber que escriben mi nombre en el ostrakon, ni tampoco verlos cómo toman la negra psephos para condenarme a muerte. Dos veces no. Que griten y huyan de mí, es lo normal, que me condenen a muerte no lo es. No han de repetir su injusticia por cometer yo la injusticia de huir o de aceptar el destierro. Después de todo, panta rei.