Stella Accorinti, NIETZSCHE Y MASCARAS
Friedrich Nietzsche nació en 1844 y murió en 1900. Vivió en un tiempo enmascarado en la búsqueda de diversas configuraciones identitarias, y él fue un rastreador de máscaras. A su vez, también él se puso cuidadosamente su máscara y salió a escena. La máscara de Nietzsche es las máscaras de Nietzsche. Él pensó la máscara y se pensó en la máscara, hundiendo el escalpelo en su tiempo, sacando cuidadosamente una delgada máscara detrás de la otra, y negándose a hallar la piel última, verdadera y definitiva, creyendo (y riendo) que no hay última piel definitiva, descreyendo y gritando en el mercado que sólo máscaras tenemos. Y nos ponemos la máscara, y salimos a escena, una vez más. [i] El juego de Nietzsche con el concepto móvil de la máscara fue una parte de su danza con los conceptos, una parte de su propuesta de la música del lenguaje. La proliferación de las máscaras es tomada por Nietzsche del mundo griego presocrático, todo él poblado de dioses. Este mundo lo tomó a Nietzsche y fue su idea materna genitora, uno de los muchos úteros que lo parieron. La parición de Nietzsche por el mundo presocrático es a través de los dioses. Todo está lleno de diosas y de dioses. Los dioses danzan, las diosas ríen, y Nietzsche los observó, los miró, y participó con ellos de sus rituales. Este mundo parió a Nietzsche a través de sus estudios de filología, y a pesar (y con) las múltiples voces que en sus libros se nos presentan, el filósofo alemán sacó su cabeza por la vagina de este mundo presocrático que lo fascinó, y que no se dejó abandonar ya más. A este mundo le puso Nietzsche una máscara más. Se alejó de él, puso distancia, habituó el ojo ala calma y a la paciencia del animal de caza. No dejó que los dioses se le acercaran demasiado, se retiró muchas veces de su cercanía. Los acechó. No reaccionó fácilmente a su estímulo [ii], hizo de su decisión una decisión constantemente diferida, constantemente enmascarada, generadora de deseo, deseosa ella misma. Habituar el ojo a la paciencia, esperar que las cosas se nos acerquen, esperar como espera el animal que caza a su presa, esperar como esperamos que se aclare la imagen borrosa y difusa que aparece a lo lejos. Un acercarse que es apertura de la cosa, y que es, finalmente, el acercarse de la cosa misma. Esperar pacientemente a que el estímulo caiga a los pies de la danza hipnótica de la sabiduría de la serpiente.Nietzsche se puso la máscara del aplazamiento del juicio, convivió con los prejuicios, habló de ellos, y muchas veces a favor de ellos. Aplazó la decisión, no respondió inmediatamente al estímulo acicateante, que no permite una de las sabidurías necesarias: ser lentos, ser desconfiados. Se puso Nietzsche la máscara del bailarín, y pensó como alguien que danza, aprendiendo a percibir los matices, el ritmo, el movimiento del cuerpo, la armonía de ese día, de esa danza, de ese momento, finalmente: del instante. Se puso la máscara de la escritura, de la que danza con los conceptos. Las máscaras de los dioses son reales, en cuanto configuraciones de sentido que cada mundo se da a sí mismo. Son reales las máscaras del dios de los cristianos, y reales son las máscaras de los dioses paganos. Son tan reales como sólo puede serlo la metáfora viva en el ejercicio plenamente poiético de la imaginación productiva. [iii] La persona Nietzsche era una máscara, en los sentidos en que aquí lo estamos presentando, en el sentido de sus apropiaciones del mundo, y, además y simplemente, porque el filósofo era una persona, y era también un personaje, y porque a través de sus máscaras hizo resonar sus múltiples voces.[iv] No hay ningún origen ni fin últimos, ni verdad ni valor absolutos que buscar. Todo lo que vivimos es humano, demasiado humano, y en esta búsqueda del origen árjico perspectivístico de un origen desfondado, lo único que podemos hallar con nuestra máscara es máscara. No hay piel última. No hay piel. No hay rostro verdadero, ni rostro de la verdad. La apuesta de Nietzsche por el atrevimiento de ser superficiales [v] es una apuesta por el coraje y la valentía, pero no un valor para hallar la verdad, sino un transvalor que propone la interpretación de la risa frente a la seriedad de las momias conceptuales. Nietzsche propuso un mundo radicalmente diferente, un mundo transvalorado, un mundo en el cual el filósofo es un artista, un creador. Un mundo lleno de diosas, lleno de dioses. Un mundo sin verdad última. Sin sombras de Dios. El mundo del nihilismo activo, creador. Una flecha tendida, tensa, expectante. Un mundo de crisis, de creación, de preñez, parto, nacimiento. No fue, ciertamente, el momento social que vivió. Las verdades metafísicas, amparantes, cegadoras, fuertes sombras de Dios, viven aún entre nosotros, en nosotros. ¿Tendremos el valor de transvalorar? ¿Otra máscara más? ¿Por qué no? Quizá... Finalmente (¿finalmente?): [...] no hay original, el modelo de la copia es ya una copia, la copia es una copia de la copia; no hay más máscara hipócrita porque el rostro que encubre la máscara es ya una máscara, toda máscara es sólo la máscara de otra; no hay un hecho, sólo interpretaciones, cada interpretación es la interpretación de una interpretación anterior; no hay sentido propio de la palabra, sólo sentidos figurados, los conceptos son sólo metáforas disfrazadas; no hay versión auténtica del texto, sólo traducciones; no hay verdad, sólo pastiches y parodias. Y así hasta el infinito. [vi]
[i] La necesidad de la máscara se plantea no sólo en Nietzsche, sino en filósofos que, podríamos decir según las interpretaciones usuales, se hallan alejados del pensamiento del alemán. Así, leemos: "Como los comediantes llamados a escena se ponen una máscara para que no se vea el pudor en su rostro, así yo, a punto de subir a este teatro del mundo en el que hasta ahora sólo he sido espectador, me adelanto enmascarado." En René Descartes, Obras escogidas, trad. Ezequiel de Olaso y Tomás Zwanck, Buenos Aires, Charcas, 1980, pág. 17.
[ii] F. Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos. Cómo se filosofa con el martillo, trad. A.Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 1989, pág. 83
[iii] "Decir que una metáfora nueva es extraída de la nada es reconocerla por lo que ella es, a saber, una creación momentánea del lenguaje, una innovación semántica que no tiene estatuto ni a título de designación ni a título de connotación en el lenguaje ya establecido.", Paul Ricoeur, Hermenéutica y acción, trad. M. Prelooker et.al., Buenos Aires, Docencia, 1988, pág. 36
[iv] "Persona" deriva de esa palabra en latín, persona: máscara de actor, carácter o personaje, que corresponde al griego prósopon que significa rostro, cara o persona. El término deriva de la máscara de actor (persona, derivado a su vez de personare, resonar) que identificaba el papel que le tocaba desempeñar en escena; los estoicos tardíos aplicaron el término al ser humano, personaje movido por el destino, mientras que el derecho romano llamaba persona al sujeto de derechos, en oposición al esclavo y a las cosas. El término latino persona, entonces, tiene el mismo significado que la voz griega prósopon, es decir, máscara. A veces se hace derivar persona del verbo persono, "sonar a través de algo", "hacer resonar la voz", como la hacía resonar el actor a través de la máscara.
[v] "Mas quien tiene ojos importunos como hombre del conocimiento, ¡cómo iba a ver ése, en todas lascosas, algo más que los motivos superficiales de éstas!", F. Nietzsche, Así habló Zarathustra. Un libro para todos y para ninguno, "El viajero", trad. A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza.
[vi] Pierre Klossowski, Nietzsche, Polytheismus und Parodie, en W. Hamacher, ed. Nietzsche aus Frankreich, Fráncfort/Berlín, Ullstein, 1986. En http://www.nietzscheana.com.ar/
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